Motivado por las causas sociales, presentes en sus libros, Vargas Llosa fue candidato a la presidencia de Perú en 1990. Aunque terminó derrotado por Alberto Fujimori, nunca dejó de ser el escritor más admirado en su país y uno de los más leídos en Hispanoamérica. Su apoyo al neoliberalismo se hizo más fuerte cuando en el 2021, poniendo en primer plano la defensa de las ideas de libertad, apartó su rechazo de 30 años a la familia Fujimori y pidió el voto para Keiko Fujimori, con quien se abrazó en un acto de campaña. Sus ideales y experiencias, expresados con claridad en sus libros y columnas, evolucionaron del coqueteo con el comunismo y la revolución cubana hasta el liberalismo clásico –sobre todo en lo económico y en las libertades fundamentales– y las más duras críticas al castrismo, el socialismo del siglo XXI y el separatismo español.
Desde joven he disfrutado de sus libros, primero leídos a hurtadillas y luego comprados en sus mejores ediciones, con la libertad que me ha traído el exilio, a pesar de que a veces funcione como una especie de cárcel abierta y transparente que también nos acompaña.
Aunque desde antes se había decepcionado por la censura y los campos de concentración conocidos como las UMAP (unidades militares de apoyo a la producción), con el castrismo Vargas Llosa rompió definitivamente en 1971 cuando el dictador Fidel Castro ordenó apresar y torturar al poeta disidente Heberto Padilla y su esposa, Belkis Cuza Malé, ambos acusados de “actividades subversivas”. Padilla permaneció 37 días detenido en una celda de la policía política, mientras que Cuza Malé fue liberada al tercer día. Padilla fue obligado a culparse por actuar en contra de la revolución comunista. La funesta operación castrista fue condenada por intelectuales de derecha e izquierda de distintos países, entre ellos Vargas Llosa.
El 5 de mayo de 1971, el autor de Los jefes (1959) y El pez en el agua (1993) envió la siguiente carta a Haydeé Santamaría, guerrillera y presidenta de la Casa de las Américas:
“Le presento mi renuncia al comité de la revista Casa de las Américas, al que pertenezco desde 1965, y le comunico mi decisión de no ir a Cuba a dictar un curso, en enero, como le prometí durante mi último viaje a La Habana. Comprenderá que es lo único que puedo hacer luego del discurso de Fidel fustigando a los escritores latinoamericanos que viven en Europa, a quienes nos ha prohibido la entrada en Cuba por tiempo indefinido e infinito. ¿Tanto le ha irritado nuestra carta pidiéndole que esclareciera la situación de Heberto Padilla? ¡Cómo han cambiado los tiempos!
Recuerdo muy bien esa noche que pasamos con él, hace cuatro años, y en la que admitió de buena gana las observaciones y las críticas que le hicimos un grupo de esos intelectuales extranjeros, a los que ahora llama canallas. De todos modos, había decidido renunciar al comité y a dictar ese curso desde que leí la confesión de Heberto Padilla y los despachos de Prensa Latina sobre el acto de la Uneac en el que los compañeros Belkis Cuza Malé, Pablo Armando Fernández, Manuel Díaz Martínez y César López hicieron su autocrítica.
Conozco a todos ellos lo suficiente como para saber que ese lastimoso espectáculo no ha sido espontáneo, sino prefabricado como los juicios estalinistas de los años treinta. Obligar a unos compañeros, con métodos que repugnan a la dignidad humana, a acusarse de traiciones imaginarias y a firmar cartas donde hasta la sintaxis parece policial es la negación de lo que me hizo abrazar desde el primer día la causa de la Revolución Cubana: su decisión de luchar por la justicia sin perder el respeto a los individuos. No es este el ejemplo del socialismo que quiero para mi país. Sé que esta carta me puede acarrear invectivas: no serán peores que las que he merecido de la reacción por defender a Cuba. Atentamente, Mario Vargas Llosa".
Nueve días después, el 14 de mayo, Haydeé Santamaría respondió a Vargas Llosa. Lo siguiente es un fragmento de la carta de la representante del castrismo:
“Usted no ha tenido la menor vacilación en sumar su voz —una voz que nosotros contribuimos a que fuera escuchada— al coro de los más feroces enemigos de la Revolución Cubana, una Revolución que tiene lugar, como hace poco recordó Fidel, en una plaza sitiada, en condiciones durísimas, a noventa millas del imperio que ahora mismo agrede salvajemente a los pueblos indochinos. […] Cuando en abril de 1967 usted quiso saber la opinión que tendríamos sobre la aceptación por usted del premio venezolano Rómulo Gallegos, otorgado por el gobierno de Leoni, que significaba asesinatos, represión, traición a nuestros pueblos, nosotros le propusimos «un acto audaz, difícil y sin precedentes en la historia cultural de nuestra América»: le propusimos que aceptara ese premio y entregara su importe al Che Guevara, a la lucha de los pueblos. Usted no aceptó esa sugerencia: usted se guardó ese dinero para sí, usted rechazó el extraordinario honor de haber contribuido, aunque fuera simbólicamente, a ayudar al Che Guevara. Lo menos que podemos pedirle hoy los verdaderos compañeros del Che es que no escriba ni pronuncie más ese nombre que pertenece a todos los revolucionarios del mundo, no a hombres como usted, a quien le fue más importante comprar una casa que solidarizarse en un momento decisivo con la hazaña del Che. ¡Qué deuda impagable tiene usted contraída con los escritores latinoamericanos, a quienes no supo representar frente al Che a pesar de la oportunidad única que se le dio! […] Hombres como usted, que anteponen sus mezquinos intereses personales a los intereses dramáticos de lo que Martí llamó «nuestras dolorosas Repúblicas», están de más en este proceso. Confiamos, seguiremos confiando toda la vida, en los escritores que en nuestro continente ponen los intereses de sus pueblos, de nuestros pueblos, por encima de todo; en los que pueden invocar los nombres de Bolívar, Martí, Mariátegui y Che. Son ellos los que darán, los que le están dando ya, como en su propia tierra acaban de hacer los mejores escritores peruanos, la respuesta que usted merece. Solo le deseo, por su bien, que algún día llegue usted a arrepentirse de haber escrito esa carta pública que constituirá para siempre su baldón; de haberse sumado a los enemigos de quienes en esta Isla hemos estado y estaremos dispuestos a inmolarnos, como nuestros compañeros vietnamitas, como nuestro hermano Che, por defender "la dignidad plena del hombre".
La misiva de Santamaría manipula un hecho ocurrido a partir de que en 1967 Vargas Llosa ganara el premio literario Rómulo Gallegos (en Venezuela) por su novela La casa verde (1966), consistente entonces en $25,000. En un texto publicado en El Nuevo Herald a propósito de la muerte del escritor, Luis F. Sánchez relata que una de las experiencias "más decepcionantes" de Vargas Llosa fue cuando Santamaría "le pidió personalmente que, en un gesto público de apoyo a la Revolución Cubana, donara ese dinero a la causa del régimen", con la promesa de que el régimen le devolvería el dinero del premio por debajo de la mesa, “silenciosamente”, pues la "supuesta donación" no era más que una farsa para hacerle propaganda al castrismo y sus guerrillas en Latinoamérica. Castro y sus acólitos jamás perdonaron a Vargas Llosa haberse negado a contribuir a esa y otras mentiras. De haberse prestado para aquella desvergüenza, Vargas Llosa hubiera quedado atrapado, quizás para siempre, en el chantaje del régimen de La Habana, como otros escritores y artistas, y no hubiera sido el escritor ni el promotor del liberalismo clásico que fue.
Es esta una de las historias de oposición al comunismo en que salió victorioso Jorge Mario Pedro Vargas Llosa, el hombre que este lunes 14 de abril fue velado en privado, por familiares y amigos, en su casa en el distrito limeño de Barranco. Sus restos, en un carro fúnebre negro, a la más clásica usanza moderna, fueron llevados al Centro Funerario y Crematorio del Ejército, ubicado en Santiago de Surco, en el sur de Lima. El autor de clásicos contemporáneos como Conversación en la catedral (1966), La guerra del fin del mundo (1981) y La fiesta del chivo (2000), dejó instrucciones a su familia sobre su funeral y pidió ser cremado luego de una ceremonia íntima.
En señal de duelo nacional, Perú amaneció con las banderas a media asta en instituciones públicas, cuarteles militares y policiales. Muchísimas personas colocaron flores alrededor de la vivienda del autor de El hablador (1987) y Elogio de la madrastra (1988). Cuentan que no pocas librerías abrieron el lunes colocando en primer plano en sus vitrinas los libros de Vargas Llosa, ofreciéndolos con descuentos. En el Colegio Militar Leoncio Prado, donde Vargas Llosa estudió y se ambienta la La ciudad y los perros, los cadetes rindieron homenaje formando filas humanas con las iniciales del más premiado de los autores peruanos: MVLL.
“Vargas Llosa fue una figura significativa de la literatura y la cultura latinoamericanas. Su escritura refleja su profundo amor por la narrativa, caracterizada por la riqueza de su lenguaje y que abarca diversos géneros, desde libros autobiográficos y novelas históricas hasta ficción erótica y thrillers. Fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 2010 por su cartografía de las estructuras de poder y sus imágenes agudas de la resistencia, la revuelta y la derrota del individuo”, destacó el Comité del Premio Nobel en su cuenta en X.
La presidenta peruana Dina Boluarte, vestida con un traje negro, asistió al velorio y le dio el pésame a la familia a nombre del gobierno. Boluarte fue recibida en la puerta del edificio por el hijo mayor del escritor, Álvaro Vargas Llosa, cuyo abrazo, rodeados de la seguridad presidencial y periodistas, fue fotografìa principal en varios medios.
"No tengo otra cosa que decir que Perú ha perdido a uno de sus mejores hombres y nosotros a un ser infinitamente querido al que vamos a echar de menos", declaró Álvaro, quien rápidamente comprendió, en buena medida gracias a las enseñanzas y experiencias de su padre, las esencias del totalitarismo cubano y en respuesta a la maquinaria propagandista y distorsionadora del castrismo, elogió a sus exiliados dedicandoles artículos y un libro, El exilio indomable.
En los últimos meses, Vargas Llosa vivió en Lima, según varios medios y agencias, “casi retirado”, tras desarrollar una carrera que lo ubicó en los más altos escalones de las letras hispanas. Se ha dicho que llevaba días sintiéndose mal y la familia al ver el deterioro de su salud, esperaba el desenlace. Sus hijos declararon que se fue en paz y rodeado del amor de sus seres queridos.
Nacido en la sureña ciudad peruana de Arequipa el 28 de marzo de 1936, en una familia de clase media, fue educado por su madre y sus abuelos maternos en Cochabamba (Bolivia) y luego en Perú. Tras sus estudios en la Academia Militar de Lima obtuvo una licenciatura en Letras y dio sus primeros pasos en el periodismo, un oficio del que nunca se alejó y que influyó mucho en su literatura (y viceversa, como otros autores de los siglos XX y XXI).
Su vida amorosa estuvo marcada por varias relaciones y rupturas con mujeres cercanas a su familia e incluso con una prima hermana. En 1959, mientras residía en París, se casó con su tía política Julia Urquidi, 10 años mayor que él y que luego le inspiraría La tía Julia y el escribidor (1977). Cuando años después rompió con Urquidi, se casó con su prima hermana y sobrina de su ex mujer, Patricia Llosa, con quien tuvo tres hijos, Álvaro, Gonzalo y Morgana. Tras iniciar en 2015, con casi 80 años, un romance con una conocida personalidad del mundo madrileño, Isabel Preysler, expareja del cantante Julio Iglesias, Vargas Llosa se divorció de Patricia luego de 50 años de matrimonio, uno de los acontecimientos más controversiales de su vida. Siete años después, en 2022, Preysler y Vargas Llosa anunciaron su separación.
A lo largo de su carrera, de más de seis décadas, Vargas Llosa creó una impresionante y bastante fiel comunidad de lectores, no solo en Hispanoamérica, pues sus libros fueron traducidos a más de 30 idiomas. Desarrolló una obra no sólo muy particular y valiosa, sino también muy prolífica y diversa, cautivando a los lectores de disímiles generaciones y a la crítica, lo mismo con novelas, cuentos y ensayos, que con piezas teatrales y artículos periodísticos. Era un escritor total.
Aunque le pude ver una vez en la Feria del Libro de Miami, donde le conocí fue en la Casa América de Madrid en noviembre de 2004. Durante una semana presenté allí el ciclo de cine Otras imágenes posibles, que por primera vez mostraba en Europa una veintena de películas documentales y de ficción realizadas de manera independiente, la mayoría por estudiantes de cine y jóvenes cubanos, junto a otras que, aunque producidas dentro del sistema, abordan críticamente la realidad cubana a pesar de la censura. La última tarde, Vargas Llosa presentó su libro La tentación de lo imposible, sobre Los miserables, de Victor Hugo. Yendo a su sala nos encontramos y alguien de la institución le mencionó mi ciclo. Me saludó cordialmente y cuando escuchó mi nombre me dijo: “Todo con ele”. Yo le respondí con algo que aún suelo repetir: “Era la única letra que estaban dando ese día” y él soltó una carcajada. Me dijo que le hubiera gustado haber visto algunos de los filmes y le hice una síntesis veloz.
Como me presentaron como el curador de la muestra, al principio creyó que yo era un crítico, pero alguien le explicó que era cineasta y que tenía un documental sobre La Habana. No sé si me equivoqué al leer en sus ojos una mezcla de sentimientos: curiosidad, nostalgia, desconsuelo y quizás incluso hasta esperanza. O al menos fue lo que quise ver en su expresión. Me comentó que Habaneceres le gustaba como título. Le conté que gracias a la biblioteca de la Fundación Alejo Carpenter había leído varios de sus libros, proscritos en la isla y que sabía que su posición ante el caso Padilla había ayudando a que esas otras verdades de la revolución se conocieran un poco, pues aún el mito lamentablemente persistía. No olvido una frase tan amable como inspiradora: “Estoy seguro de que tu documental, como otros de los que has traído, también ayudarán a desmitificar la revolución cubana”. Tenía que irse a presentar su libro y no pudimos hablar mucho más que eso. Fueron unos 5 minutos. Un breve e inolvidable encuentro. Recuerdo que cuando se apagaban las luces en mi sala y comenzaba un cortometraje, yo me escapaba a su sala para escucharle y regresaba sólo para presentar el próximo. Lo mismo hice una o dos noches antes con Caetano Veloso, que también tuvo allí una presentación aquella semana, no tan interesante como la de Vargas Llosa, pero igualmente a sala repleta.
Casi 5 años después me reencontré con Vargas Llosa en el Centro de Divulgación del Conocimiento Económico por la Libertad (CEDICE) en Caracas, en el Encuentro Internacional Libertad y Democracia. Había mucha tensión, Vargas Llosa fue retenido en el aeropuerto por la dictadura chavista, pero de todos modos fui al evento con un par de amigos del equipo de producción del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) que yo dirigía en Venezuela. Un evento muy interesante del que por desgracia tuvimos que irnos antes de tiempo cuando uno de mis colegas detectó entre el público a un agente cubano. No quisimos arriesgarnos a un interrogatorio ya que nos habíamos llevado la cámara del ICAIC para filmar un evento antichavista. Pero alcancé a saludar a Vargas Llosa, quien se acordó de mí. Allí conocí a Antonio Ledezma, alcalde de Caracas, con quien después hablé en otras ocasiones, siempre con cuidado de no ser visto por la policía política y los chivatos cubanos y venezolanos. A los pocos días del encuentro en el CEDICE, coincidí en el bar Rajatabla, al lado del teatro Teresa Carreño, con la abogada neoyorquina prochavista Eva Golinger, quien me habló horrores de Vargas Llosa y otros de los excelentes panelistas de aquél evento. Entre tragos y una música altísima hice una defensa de los valores literarios de Vargas Llosa, le dije que era una de las voces cardinales del Boom y que incluso había influenciado a autores cubanos jóvenes. Por aquellos tiempos Eva solía pasar por el Rajatabla. Como un año antes, una amiga común, también estadounidense de izquierda, nos había presentado y de pronto sentí que, sin variar su posición, ella bajó el tono y reconoció los valores literarios del peruano. “De la que me libré”, pensé al día siguiente, luego de que los efectos del ron Pampero se habían esfumado.
¿Qué hubiera dicho o escrito Vargas Llosa sobre aquello? A veces me lo he preguntado. Nunca lo entrevisté, pero me hubiera gustado mucho hacerlo. No olvido y aun me sigo riendo de la cara y la sonrisa de Vargas Llosa al escuchar uno de los comentarios más desatinados del periodista Jorge Ramos –por aquellos momentos en Univisión– cuando, en una entrevista en la Feria del Libro de Miami, le propuso a Vargas Llosa utilizar el “lenguaje igualitario”, basándose en que si de pronto ellos se encontraban encontraban entre un grupo de 5 o 6 mujeres por qué no decir “todes” en vez de “todos” o “nosotros”. Al escritor, conocedor de nuestra lengua, ante tamaña aberración no le quedó otro remedio que decirle a Ramos que eso era estupidez que de ninguna manera él iba a aprobar. Es mi último recuerdo de Vargas Llosa en un evento público en Miami.
Se ha ido uno de esos autores que son una biblioteca. De sus ensayos, recomiendo La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary (1975), el primero que leí, a finales de los ochenta en La Habana. También La verdad de las mentiras. Ensayos sobre la novela moderna (1990), Cartas a un joven novelista (1997), La tentación de lo imposible (2004), El viaje a la ficción (2008), La civilización del espectáculo (2012) y Medio siglo con Borges (2020). Su obra periodística vale la pena leer los tres volúmenes de Contra viento y Marea. En cuanto a teatro, La Chunga (1986) y Los cuentos de la peste (2015). De sus novelas, recuerdo otras, menos celebradas, como El paraíso en la otra esquina (2003) y Travesuras de la niña mala (2006), las últimas que leí en Cuba. Al llegar a Estados Unidos compré su nueva novela, El sueño del celta (2010). No paró de escribir.
El diario español El País ha publicado un artículo titulado “Mario Vargas Llosa, el más español de los escritores latinoamericanos”. Aunque desde 1993 adquirió la nacionalidad española y pasó mucho tiempo en la madre patria, Vargas Llosa siempre escribió y vivió como lo que era: un escritor peruano, un autor cardinal del boom latinoamericano, sin nada que ver con el provincianismo que flota en el ridículo y falso titular de El País, un medio que con los años ha venido a menos, muy distante a aquellas páginas en las cuales Vargas Llosa publicó su columna de opinión, Piedra de Toque, sobre todo en décadas.
Con sus creaciones, sobre todo con sus novelas, el notable escritor peruano que mejor retrató el Perú del siglo XX, hizo crecer en nuestra lengua el universo de la literatura, eso que él llamó “la verdad de las mentiras”. Fue muy leído, reverenciado y exitoso. Ganó, entre muchos otros premios, el Príncipe de Asturias de las Letras (1986), el Planeta (1993) y el Cervantes (1994). Fue académico de la RAE y casi al final de su vida, en 2023, fue también premiado con su incorporación a la Academia Francesa. La literatura fue su pasión y su adicción perenne. En 1981, a propósito de la presentación en Madrid de su novela La guerra del fin del mundo declaró: “La pasión por la literatura, como todos los buenos vicios, se acrecienta con los años, y con el tiempo se descubre que lo importante no son los libros que se escriben, sino el hecho de escribirlos, el tránsito hacia el libro”.
No creo que intentar hacer un resumen de la obra de Vargas Llosa sea una tarea imposible, pero estoy seguro de que, sin dudas, siempre resultaría, a la par, un río de omisiones y descartes de imágenes, personajes, diálogos e historias a las que –como ocurre con los clásicos, al pensar de Borges– no pocos se aferran a volver. Y ahora, por ese extraño imán que tiene la muerte, con mucha más intensidad y una inevitable maleta de nostalgias.