sábado 15  de  febrero 2025
RELATO

No te apures en tomarte el capuchino

Vivencias que toman forma de relatos y conducen a la reflexión

Diario las Américas | CAMILO LORET DE MOLA
Por CAMILO LORET DE MOLA

“Deliraba en inglés, decía tonterías de mariposas y cebras que la acompañaban a caminar por las nubes, era evidente que se quería tirar”, me cuenta Ramón angustiado, “estaba descalza, de espalda al vacío y en la soladura caliente del techo solo apoyaba la punta de sus pies, meciendo su cuerpo con un movimiento desafiante de los talones, subiendo y bajando, como si calentara los empeines para comenzar a bailar”.

Ramón cuenta con tantos detalles que desespera, su idea es que yo entienda por qué detesta los 14 de febrero, fecha en la que supuestamente, siempre le pasan cosas horrorosas, como el suicidio de una hermosa escritora que se vio obligado a presenciar.

“Nos empatamos en un taller literario, un evento culturoso de moda en los años 90 allá en La Habana”, Ramón ignora mi ansiedad por saber el desenlace y se vuelve a alejar de la historia con la que ha captado mi atención, “yo estaba encantado, aunque todo el mundo me advertía de su locura, de sus depresiones y sus cuartillas sobre suicidios, ella se burlaba de mis pretensiones intelectuales y de mi afán por escribir como Lezama, me decía que a duras penas conseguiría respirar como el escritor, que llegaría a ser asmático pero más nada”.

No tiene sentido apurarlo, se toma su tiempo para describir el vestido de tela de la india que llevaba y los engaños de que se valió para subirlo al techo del cuarto piso del edificio donde vivía, “yo no podía agarrarla porque padezco de vértigo, solo unos metros conseguí separarme de la puerta de la escalera arrastrándome sobre aquellas tejas planas y rectangulares con que se cubren las azoteas en Cuba, mientras le exigía que dejara de hablar boberías y regresara al techo”.

Vuelve a demorarse para contestarme si le hizo caso, “naa, que va, empezó otra vez con su jerigonza en inglés, recordando como supuestamente había llegado a tomar café con Kennedy y Jesús Cristo a la vez, hasta me miró con odio cuando advertí la distancia entre los dos personajes que intentaba sentar en la misma mesa,”.

Ramón sabe manejar el clímax de su narrativa, se regodea en pormenores antes de llegar al desenlace fatal, que me suelta de repente, “se dejó caer, no saltó, no hizo nada brusco, solo un pasito atrás separó sus empeines del borde y quedó a merced de la gravedad”. Dice que no tuvo valor para asomarse, que hasta escuchaba los gritos aterrorizados de los transeúntes preguntando si la habrían empujado. “Arrastrándome escapé, con mis manos quemadas y el frente del pantalón embarrado de moho seco”.

No he terminado de reponerme cuando ya Ramón me está contando sobre otro encuentro amoroso un 14 de febrero, reciente, aquí en Miami, esta vez con una jovencita a la que superaba en el arte de simular orgasmos y pasiones, “la tenía tupida, fíjate que ella misma me arrastró a su cuarto en la universidad como regalo de San Valentín”.

No veo por qué se siente decepcionado con esta historia de viejo verde, “el desenlace me dejó de cabeza”, me adelanta, “cuando terminamos de revolcarnos la muchachita me susurra en el oído algo de cebras y mariposas que caminan por los nubes, pegué un brinco que la asusté”, Ramón hace como si se pusiera el pantalón para escenificar la sorpresa del momento, “la niña fue a buscar un long play, un disco viejo que tiene entre sus tesoros, con un negro de pasa desordenada y camisa de vuelos de los años 70 en la portada, no la dejé terminar de explicarme que era famoso por esa canción para preguntarle si sabía de un hipotético encuentro entre Kennedy y Jesús Cristo para tomarse un café”

Esta vez la joven amante, que parecía tener respuestas para todo, le trae un CD con la foto de una muchacha de ojos saltones, canadiense según le comenta, “pero ya no atendía a nada de lo que me decía, estaba de vuelta en aquella azotea habanera, dudando de mis recuerdos, de su locura, de si en verdad me quemé las manos arrastrándome hasta la escalera en la fuga que marcó mi vida”.

Le pido que recuerde el nombre de los artistas que le fueron revelados para ver si rastreo las dos canciones, es mi curiosidad disfrazada de solidaridad, le digo que así ponemos un punto final a sus atribuladas historias. Pero Ramón se ha ido en su monólogo, navega en dimensiones complicadas, entre nubes, cebras y un Jesús Cristo sonriente y burlón que se toma hasta el fondo el café de su taza, en un Dejavu forzado que según dice le dejó impotente por el resto de la noche. Cobrándole su cobardía treinta años después.

“Te lo digo, al 14 de febrero les he llegado a coger miedo”

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