sábado 1  de  marzo 2025
OPINIÓN

Europa ante el abismo: "Rusia ganó", toca negociar la derrota

Un análisis preciso para contar las cosas como son

Por Mookie Tenembaum

La guerra en Ucrania no comenzó en febrero de 2022, aunque esa sea la fecha oficial. Comenzó mucho antes, en 2008, en una cumbre de la OTAN en Bucarest, donde la alianza militar anunció su invitación a Ucrania a unirse al bloque. Ese gesto, visto desde Occidente como un paso natural en el marco de la expansión democrática y la seguridad europea, fue interpretado desde Moscú como una amenaza directa y existencial.

Desde entonces, Rusia advirtió que la incorporación de Ucrania a la OTAN sería una línea roja infranqueable. Lo que en Occidente parecía una discusión diplomática o una simple pugna geopolítica, en Rusia era tomado como un acto hostil. Este conflicto latente se profundizó cuando Estados Unidos apoyó movimientos internos en Ucrania, generando cambios políticos abruptos y alterando equilibrios delicados dentro del país.

En abril de 2008, con el anuncio de OTAN, la semilla del conflicto quedó definitivamente sembrada. Rusia, molesta por la expansión previa de la OTAN hacia países exmiembros del Pacto de Varsovia, comenzó preparativos para defender lo que considera su zona estratégica vital.

Durante años, Rusia observó cómo países como Polonia, Hungría, la República Checa y las repúblicas bálticas entraban al bloque militar occidental. Cada nuevo miembro significaba, para Moscú, un avance hacia sus fronteras, incrementando la percepción de vulnerabilidad estratégica. La caída del gobierno prorruso de Ucrania en 2014, respaldada por EE.UU. y Europa, exacerbó tensiones. La respuesta inmediata de Rusia fue la anexión de Crimea y el apoyo abierto a los movimientos separatistas en Donetsk y Lugansk.

La teoría que sostiene esta perspectiva, planteada también por figuras políticas como Donald Trump, afirma que la guerra podría haberse evitado si Estados Unidos y la OTAN hubieran desistido claramente de sumar a Ucrania como miembro de la alianza y suspendido el apoyo militar directo. De acuerdo con esta visión, la administración de Joe Biden, al no tomar en serio las advertencias explícitas de Putin, provocó, en última instancia, el desenlace bélico.

Sin embargo, más allá de quién inició las hostilidades, lo importante en cualquier conflicto no es cómo empieza, sino cómo termina. Las guerras tienen múltiples interpretaciones según la perspectiva desde la cual se analicen, pero la realidad impone sus propios términos: Ucrania perdió la guerra y Rusia emergió victoriosa. Reconocer esto no implica juzgar moralmente quién actuó correctamente o quién falló en la diplomacia previa al conflicto, sino aceptar los hechos tal como se presentan para gestionar la derrota de la manera menos dolorosa posible.

Ahora, con el resultado ya decidido en los campos de batalla, la tarea pendiente es negociar condiciones que atenúen las consecuencias de esta derrota. Europa se encuentra en una encrucijada crítica: sostener militar y económicamente a Ucrania implica riesgos enormes para su propio modelo de bienestar social, algo que sus ciudadanos difícilmente tolerarán a largo plazo. De ahí que sea urgente reconocer la realidad objetiva de que Rusia ganó, Ucrania perdió, y Occidente debe decidir cómo minimizar los daños económicos, políticos y sociales derivados de esta pérdida.

Aceptar el desenlace es duro, inevitable, y realista: el vencedor y el vencido ya son claros. La decisión ahora es cómo administrar ese resultado para no pagar un precio aún mayor.

Las cosas como son

Mookie Tenembaum aborda temas internacionales como este todas las semanas junto a Horacio Cabak en su podcast El Observador Internacional, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.

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