viernes 29  de  noviembre 2024
RELATO

El cuchillo de Alejandro

Vivencias que toman forma de relatos y conducen a la reflexión

Diario las Américas | CAMILO LORET DE MOLA
Por CAMILO LORET DE MOLA

La aparición esporádica de Alejandro Robles en la puerta de mi oficina viene siendo como el cable a tierra del que hablaba Fito Páez en una de sus canciones. Es como un vaso de agua fría en medio de la sed y el desespero que implica trabajar en un canal de televisión.

Este duendecillo de pelo casi largo es el tipo más sarcástico, alegre y ocurrente de los que hoy navegamos en la MegaTV, pero es además una mente profunda, un gran conocedor de la literatura mundial y un escritor en todas sus dimensiones. Para sobrevivir es capaz de garabatear tanto libretos de programas humorísticos como ensayos y libros de indiscutible calidad.

Alejandro es como el receso escolar, llega con sus ocurrencias para descansar por 15 minutos de los aburridos profesores dueños del resto del tiempo. Igual se burla de su desgracia al tener que compartir responsabilidades con alguien que pone cara de que trabaja, pero sin hacer más nada o de otro personaje que amenaza con renunciar todos los días y que es capaz de desmayarse y rodar por el suelo ante la menor critica a su desempeño.

Ayer me trajo su último libro El cuchillo de Lichtenberg (Eolas ediciones, 2024) y me ha dejado sin dormir pegado a su sabrosa y profunda narrativa, releyendo varias veces sus cuentos cortos. El ocurrente título hace referencia al pensamiento del filósofo alemán Georg Christoph Lichtenberg que habla de un cuchillo sin hoja al que le falta el mango, un tipo tan genial y parecido a Alejandro que se consagró además como un inventor de lo absurdo, capaz de soñar con un balneario de aire y un cadalso con pararrayos.

Entre otras virtudes Alejandro tiene la capacidad de Borges para concretar un universo en pocas líneas, la habilidad de Salinger para encajar de lleno su cuchillo intangible en la esencia del relato, la dureza kafkiana para mostrar tragedias con estilo y el encanto de engancharte desde las primeras páginas. El libro se mueve en múltiples dimensiones, desde vivencias hasta fantasías alocadas, pasando por profundos conceptos y aforismos elementales que te obligan a reír y disfrutar.

Hay suicidas con tatuajes ilógicos, niños precoces empantanados en sí mismo, críticos de arte ciegos y enamorados del desamor, entre muchas otras ocurrencias que por momentos parecen haikús por su sencilles y profundidad, conjugadas a la perfección.

El libro cubre todas las expectativas desde los más exigentes hasta los lectores elementales se sentirán complacidos con su ritmo, lo fácil de digerir, lo ameno y ocurrente. La única critica es que te deja con ganas.

Vale la pena leerlo, como vale la pena tenerlo de interlocutor en mi oficina, analizando la esencia aberrada del pez plátano de un suicida, la obsesión lezamiana de un amigo común o la cabeza de zanahoria de un poeta muerto.

Me hizo reír en su genialidad ante el asombro de un ejecutivo perdido en el laberinto del título de su nuevo libro. El hombre decidió esconder su rubor intentando una fuga a bordo de un mal chiste: “¿pero tu cuchillo corta?, dijo forzando un tono de hilaridad, “¿crees que terminen por sangrarme las manos?”, comenta mientras mueve las hojas del libro entre sus dedos.

Alejandro es rápido: “las manos no, pero el cerebro te lo va a cortar en pedacitos, fíjate que de solo jugar con sus páginas ya estas sangrando por la nariz”, el ejecutivo se palpa la cara, nervioso, aparta el libro para contemplarse la camisa, en busca de las posibles manchas, volviendo corpóreas las anunciadas gotas.

El tipo lo mira con tal odio que en ese instante es Alejandro el que planifica una fuga cambiando el tema en una improvisada conversación conmigo, “¡imagínate que uno de los más famosos escritores polacos garrapateaba en inglés!”, con su nerviosismo habitual agrega, “se hizo grande con una novela sobre un corazón en tinieblas”.

Una estocada final para el ejecutivo que bufa como toro embanderillado en la plaza reducida de mi oficina, ¡Oleé!! alcancé a decir para no reírme ante la salida lenta del ejecutivo que arrastra los pies con cara de corredor de fondo como cierto personaje de Jesús Diaz o con el garbo del animal moribundo de la tarde española de Hemingway.

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