El texto viene al caso a raíz de la visita que recién hizo a Caracas un emisario del presidente reelecto de Estados Unidos, Donald Trump, ¿para dialogar? ¿para negociar? ¿para negociar sin dialogar? o ¿para dialogar y luego negociar? No lo sabemos. Eso sí, acaso y como prenda de buena fe trajo consigo a unos prisioneros norteamericanos, dentro de los muchos que mantiene tras las rejas y como piezas de recambio, a la orden de cada visitante, el régimen depredador de Nicolás Maduro.
Richard Grenell decidió encontrarse con una experiencia que no es política ni ideológica, que no es una dictadura y tampoco una dictadura militar o un mero régimen despótico como solemos decir, sino que es «“totalista»» como lo dice Porta. Controla y modula a la carta, con un sesgo que este no incluye en sus consideraciones, el ser, además, narcoterrorista.
Luego de referir experiencias psiquiátricas con exprisioneros coreanos, sometidos a un proceso de «reforma del pensamiento», Porta nos explica que el «totalismo» supone la “conjunción de una ideología inmoderada con unos rasgos de carácter individual igualmente inmoderados, en un terreno de reunión extremista entre la gente y las ideas”. Trasvasa hacia todos los campos de la existencia, no solo el político. Es, en su esencia, dice, una forma de populismo, pues apela a la emocionalidad irracional, a la movilización constante, a la forja del enemigo exterior, al victimismo, como narrativas envolventes, amorales, engañosas, deshumanizadoras.
El caso es que, cuando regresamos sobre el camino que hemos transitado los venezolanos durante los 26 años de experiencia con este «mal radical», sin advertirlo como tal ni ser conscientes de su ominosa gravedad – lo vemos como parte de nuestros arrestos patrios entre dictaduras y dictablandas, de revoluciones que se cuelgan al cuello a Simón Bolívar – nos planteamos como natural el diálogo o la negociación. Ni siquiera, como ejercicio serio, consideramos la viabilidad de dialogar con quienes desprecian y pisotean nuestros valores – “nos hemos acostumbrado a vivir en libertad” – o de negociar, sin tener a mano un poder real para darle contraprestaciones a quien se sienta a nuestra mesa armado de cañones, poseyendo “caletas” sin fondo.
Venezuela está secuestrada por una forma de «totalismo» criminal que avanzó, sistemáticamente, por los caminos de la “coerción psicológica” – sólo la revolución contiene, para evitarnos un baño de sangre, se repite – y, sucesivamente, por el de la “persuasión coercitiva” – la puerta giratoria de encarcelados, que ha creado al mundillo de los “alacranes” y pulperos endomingados – en una trama que parte hace más de dos décadas con un “rito de iniciación” colectiva. ¿Hemos olvidado a los primigenios círculos bolivarianos formados en Caracas, en la embajada libia y con el libro verde de Gadafi por delante, mientras el Plan Bolívar 2000 se encargaba de corromper – para controlarlos – a los miembros de la Fuerza Armada?
El régimen chavista había suscrito, para entonces, sus acuerdos con el narcotráfico colombiano. Más que contaminar a los mandos medios militares con el negocio o de penetrar así al gobierno de Colombia para debilitarlo, al término, esa movida de pieza sobre el tablero transformó a la república bolivariana naciente en Venezuela en una organización terrorista y criminal transnacionalizada. Era el modo que entendía de eficaz y propicio Hugo Chávez Frías para la guerra que bullía en su mente y preparaba contra Estados Unidos. Que dirigían, tras bastidores, libios, iraquíes, el mismo Castro y Lula da Silva, a partir de 1999.
Bien se entiende ahora, con trágico retardo, que hayan fracasado todos los diálogos y negociaciones entre las oposiciones – con sus excepciones conocidas, políticos sin causa a la que servir – y los sucesivos “totalismos” de Chávez y Nicolás Maduro Moros. Diálogos de sordos, entre partes con perspectivas e intereses antagónicos, irreconciliables.
Nunca se llegó al plano de la negociación. Nada tenía ni podían transar los partidos franquicia ni su sociedad civil en nombre de la nación – léase, el pueblo venezolano, Juan Bimba – con una estructura «totalista» de poder que, junto al negocio del crimen organizado comenzaba a recibir la suma de US $ 100 dólares por cada barril de petróleo producido y que involucró en sus ritos de iniciación a las élites políticas y partidarias como a las económicas.
A quienes se resistieron se les pasó por encima una aplanadora. Nadie les defendió y sus compañeros de hornada miraron a los lados. Repasemos los hitos.
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Entre 1998 y 1999, tras la entente armada por USA con los medios y el sector financiero (Carter, Maisto, Schannon) Chávez asegura su victoria. Y el último Congreso de la democracia no tuvo el coraje, ni tenía el poder real, para desafiarlo. Aquel, con sólo 8 senadores de los 54 electos y con 35 diputados de los 207 formantes de la Cámara, se sobrepuso. El pacto fáustico fue más eficiente.
En 2001 Chávez llama a diálogo a los empresarios, para marearlos. Se habían opuesto a su constituyente y ya había decidido decretar sus leyes confiscatorias, como las de tierras. Y convocada como fue una huelga nacional, por estos, el sector financiero se alineó con el gobierno, con el dueño del fisco.
En 2002, tras el 11 de abril y de un “golpe militar de micrófonos”, instalada la Mesa de Negociación y Acuerdos nada de lo pactado se cumplió. Nicolás Maduro representaba a Chávez. Se redujo el todo al referéndum revocatorio – que el TSJ de Chávez transforma en plebiscito – mientras Castro, tal como lo confesó aquél, tomaba control de la identidad electoral y al observador de la OEA se le destituye a última hora. Le sustituyen con un emisario de Lula da Silva, Walter Pecly Moreira.
María Corina Machado, apoyando a la Coordinadora Democrática puso contra las cuerdas a Chávez, con el Firmazo y el Reafirmazo. Pero USA, mediando Carter, evitó la “auditoria en caliente” de la victoria alcanzada por la oposición. Y la que hizo se la encargó a Jorge Rodríguez. Se ocultó el fraude y los partidos franquicia callaron, justificándose todos, incluída USA, tras “la coerción psicológica” totalista: ¡es preferible que siga Chávez, de lo contrario incendiará a Venezuela!
Los diálogos del Grupo Boston, entre 2002 y 2005 marchaban en paralelo, pues los partidos de oposición se sentían incómodos en una Coordinadora Democrática que dominaban la sociedad civil junto a la Iglesia, los empresarios y el mundo sindical. Nada logran. Junto a Maduro y el senador John Kerry, luego secretario de Estado de USA, negociaban la ley de contenidos que vino a censurar a la radio y la televisión, impulsándose la hegemonía comunicacional del chavismo.
Los diálogos de 2011, que propicia Chávez al lograr la oposición el 47% de los votos en las elecciones parlamentarias; el de 2012 que ofrece a Henrique Capriles tras “perder” las elecciones; o el de 2014 – la llamada Conferencia Nacional por la Paz convocada por Maduro – que cierra con el diálogo televisado de Miraflores, mediado por la UNASUR, agencia del Foro de Sao Paulo, y saludado por Papa Francisco, todos no pasaron de un deslave narcisista y para el público de galería. El chavo-madurismo se mostraba dialogante, tolerante, con talante de demócrata, para el visor americano y europeo. Era su único propósito.
El intento de marcha hacia Miraflores de 2016, así, lo frenan USA a través de Thomas Schannon y del Cardenal Celli, enviado papal, y la Mesa de la Unidad Democrática retrocede en su acción.
El diálogo de 2017 en República Dominicana, manejado por el procónsul de la dictadura, J.L. Rodríguez Zapatero, se suspende sin resultados. Lo anuncia el presidente Danilo Medina en 2018. Había ocurrido la ejecución extrajudicial y por televisión de Óscar Pérez y sobrevinieron las amenazas de los Rodríguez y Zapatero contra la integridad de Julio Borges, presidente de la Asamblea Nacional y de su familia, obligándole al exilio. La expectativa de contar con unas elecciones presidenciales libres y observadas, con un Poder Electoral equilibrado, recibió un portazo. El régimen no estaba dispuesto a medirse, pero sí se sabía poderoso para mediatizarlas, ejerciendo la violencia de Estado.
Las primeras negociaciones en Barbados, de 2018, las aborta el régimen de Maduro. Les siguieron las de Noruega, tras el amago de golpe militar-judicial del 30 de abril que dejó a USA con la camisa por fuera. Al no haber resultados Maduro opta por reunirse con sus “opositores funcionales” en Caracas, para defender el Esequibo y abogar por el levantamiento de las sanciones. Su interés se limita a eso, al «totalismo».
Las negociaciones de México, entre 2021 y 2022, como paradoja de la historia, muestran a Rusia como actora central en la geografía de Occidente. Si bien se planteaba debatir y transar sobre elecciones presidenciales – tras desconocerse la farsa electoral de Maduro de 2018 – el énfasis no fue otro que transar sobre el manejo de los activos de la república congelados por USA y el levantamiento de las sanciones. Su resultado concreto, aquí sí, fue el entierro de la Transición hacia la Democracia, por pedido de USA. La derogatoria tácita de su Estatuto ocurrir en enero de 2023.
Este año, luego del encuentro USA-Venezuela en Catar y de la reunión de la Plataforma Unitaria – ya no más el gobierno interino – con el presidente francés, acompañado por los gobernantes que apalancan a Maduro (Colombia y Argentina) y en una suerte de tour que se mueve desde París hasta el Caribe angloparlante, con la presencia de Rusia y USA se firman los llamados Acuerdos de Barbados. Hubo negociación, finalmente, no diálogo, para alcanzar unas elecciones presidenciales libres. USA alivió las sanciones para beneficio de Maduro. Pero este, al final del camino, como ocurrió con los Acuerdos de Mayo autenticados frente a la OEA, el Centro Carter y la ONU, el 23 de mayo de 2003, los violó Maduro arguyendo que su contraparte los había violentado.
La victoria de María Corina Machado con la casi totalidad de los votos sufragados durante las elecciones primarias y el mensaje enviado por el país al régimen, también a los partidos franquicia, reclamando libertad, el «totalismo» lo entendió como una violación a lo pactado. Judicializó e inhabilitó a María Corina. Esa es la cruda realidad.
La república y los detentadores de su poder, los albaceas del «totalismo» se resisten a aceptar el curso de la historia. La nación y su soberanía popular, el mito que forjara la Constitución de Chávez al inicio de esta trama, ese poder del pueblo que ataba y obligaba a la subordinación de los poderes, quedó como papel mojado.
Pasado el 28 de julio de 2024, desconocido el presidente electo, Edmundo González Urrutia, el tiempo de la simulación democrática se acabó en Venezuela. Duró más de cinco lustros. El fascismo, el régimen de la mentira, el de la legalización de la ilegalidad, deja como borra de café a la “inmoderación” de lo criminal. Y lo veraz es que con el crimen no se dialoga. Los secuestradores sólo negocian a sus víctimas cuando enfrentan un poder que los supera. La víctima que dialoga y negocia siempre muere en el intento.
¿Aprendió USA de sus errores de cálculo repetidos, desde 1998? Está por verse.