viernes 28  de  febrero 2025
OPINIÓN

Descifrando a Trump, desde Venezuela

Un análisis minucioso y normativo que plantea reflexiones y tiene en cuenta los dictámenes de la historia

Diario las Américas | ASDRÚBAL AGUIAR
Por ASDRÚBAL AGUIAR

Hago seguimiento a las tendencias acusadas por el orden mundial desde el hito que bien califica José Rodríguez Iturbe como el «quiebre epocal», a partir de 1989.

Como testimonio de ese génesis, ocurrido hace casi dos generaciones y media, con prólogo del fallecido y entrañable amigo Luis Castro Leiva – una cabeza filosófica bien amoblada y que nos demandara a los venezolanos, arando en el mar, revalorizar los ingentes activos de modernidad social y política alcanzados tras el 23 de enero de 1958 – dejé mi texto sobre El Nuevo Orden Mundial y las Tendencias Direccionales del Presente. Estados Unidos se enfrentaba a la invasión de Irak a Kuwait.

En Caracas, los jefes de los partidos, todos a uno señalaban que las ideologías eran piezas de museo. Redujeron la política y la actividad de los partidos a meras tareas electorales para la gerencia del poder; si posible, apalancados todos sobre el Consenso de Washington, léase, el compromiso para el desmontaje del Estado y la privatización de la vida pública. No advertían que llegaba el momento, antes bien, en el que nada ni nadie tendría vida privada. Hasta las intimidades de las gentes se harían pasto de las redes.

Ninguno se detuvo a pensar que los marxistas no se habían ido a Marte y permanecerían entre nosotros. Eso sí, habiendo pasado el luto por el derrumbe de la URSS, más reflexivos, dejaron atrás a El Capital y sus prédicas, sin abandonar la lucha por otras ideas. Abrieron fuego, guiados por el resucitado Antonio Gramsci, contra el patrimonio intelectual de Occidente, para fracturarlo desde sus bases. Era el propósito deconstruirlo, hasta que el mismo, sin amenazas externas, se inmolase, apelando a la eutanasia cultural.

El Manifiesto Comunista quedaba para los pastores de nubes. Es eso lo que hemos vivido y padecido durante las tres décadas posteriores, hasta cuando sobreviene la guerra bacteriológica china de 2019, la del COVID.

Avanzada la liquidez social y al fracturarse los ligamentos culturales y afectivos dentro de cada nación, los nichos o las retículas identitarias emergentes y sustitutas se han mirado en sus ombligos bajo la regla de la diferencia y de las cancelaciones. Ocupan la plaza pública y creen tener todo el poder, sin tener poder alguno para enajenarse de los poderes emergentes: el mundo de las plataformas, la criminalidad transnacional, y sus traficantes de ilusiones, los gobernantes del siglo XXI. Aquellos, tales nichos o retículas son los actores de reparto en el teatro de la simulación democrática: tribus urbanas, LGTB+, grupos originarios, sectas neo-religiosas, afrodescendientes, negadores del mestizaje cósmico americano, abortistas, cultores de la Pacha Mama, internautas sin identidad o meros dígitos). La razón humana, desde entonces, vive en onírico sueño, creando y recreando monstruos, como en la imagen de Goya.

Mas la cuestión es que no entendimos en 1989 lo que era secundario, como el derrumbe del socialismo real, dominando la creencia de que los libertarios les habían ganado la batalla a los comunistas. Obviamos a la tercera y cuarta revoluciones industriales, la digital y la de la inteligencia artificial en vías de instalación.

***

La historia de los pueblos, de sus culturas y civilizaciones, desde los inicios de la historia se cimienta sobre los lugares y el paso del tiempo: la convivencia sedentaria y el despertar de las costumbres crea a las ciudades y fundamenta a sus leyes. El ecosistema global, por el contrario, niega al lugar y procura la virtualidad para que dominen el imaginario y los sentidos – como eso de tener gobiernos de transición o coronar presidentes, como en el siglo XIX – mientras se nos impone la experiencia de No-tiempo. Todo es instante y fugacidad, como para que la política y sus narrativas no dejen rastros ni vínculos racionales y afectivos. La cultura es un café instantáneo.

La destrucción de las raíces judeocristianas y de base formal grecolatina se hicieron, así, cometido para las izquierdas, ahora llamadas progresistas. Apalancadas sobre ese ecosistema en avance e indetenible y globalista partearon una suerte de constitucionalismo novísimo que legaliza a la ilegalidad. Ha establecido regímenes de simulación del Derecho y de la experiencia de la democracia, y tanto que, los pueblos, como en el caso de España y las Américas, han estado escogiendo “democráticamente” a sus dictadores. Los normalizan.

La alerta la hizo sin ser escuchado uno de los más afamados filósofos del Derecho, Luigi Ferrajoli, tan florentino como Maquiavelo y discípulo de Norberto Bobbio. Nos urgió para que estuviésemos conscientes de que cada Estado y su gobierno, ante el fenómeno de lo global y de las revoluciones industriales deconstructivas y en curso era incapaz de asumir, por si sólo, la resolución de los grandes problemas y desafíos del siglo XXI: Inteligencia Artificial, vida creada en laboratorios, biomedicina y manipulaciones genéticas, transnacionalización de las economías y de las finanzas y, de suyo, expansión del crimen trasnacional organizado, guerras bacteriológicas, gobernanza de plataformas y no de parlamentos o de monarcas con sus guerras de quinta generación, sin contacto y sin ejércitos, con verdades al detal, en fin, guerras robóticas).

No olvidemos que, en ese escenario de deconstrucción, así como fueron derrumbados los símbolos del capitalismo occidental con la caída de las Torres Gemelas de Nueva York por la acción de un grupo deslocalizado y terrorista – sin mediar el ejército de algún Estado – un grupo de medios deslocalizados y digitales, desde Occidente, a la vez se ocupó de atacar a las bases de la Roma Vaticana, por ser el referente integrador de las tradiciones judías y cristianas, en suma, del ideal milenario de la libertad. Y ese ha sido y es el contexto que nos ha mantenido como presas.

De consiguiente, huérfanas las sociedades y desmontadas – he allí los 8.000.000 de desterrados y deslocalizados venezolanos – se ha hecho regla el enojo colectivo permanente, la saña cainita, al punto de que nos avergonzamos de nuestra memoria.

Tras ver la caída del Muro de Berlín, los occidentales y los venezolanos nos ocupamos de derrumbar las estatuas de Colón y quemar nuestras iglesias y crucifijos, ante la vista de las otras civilizaciones que nos han observado con pasmo y alegría: la musulmana y la civilización central Zhong Guo o china. Desde el fujimorismo, pasando por el chavismo, y el bukelismo, a lo largo de tres décadas hemos buscado salvar lo poco salvable, en un mar de liquideces, a través de los llamados autoritarismos iliberales.

Por si fuese poco, el pasado 22 de septiembre, durante La Cumbre del Futuro, el secretario de la ONU nos dice, sin más, que urge “recuperar al multilateralismo del abismo” en que se encuentra; comenta que “nuestro mundo se está descarrillando”, o está ya descarrilado; y “que necesitamos decisiones difíciles para volver a encarrilarnos”. Y ajusta António Guterres, como lo hago constar en mí libro sobre El Mal absoluto y su final en Venezuela (2025), que no tiene Naciones Unidas una respuesta global efectiva a las amenazas emergentes, complejas e incluso existenciales” que hoy padecemos.

Así las cosas, pasadas tres décadas de deconstrucción y desorden, como en la anaciclosis griega sobrevendrán otras tres más (2019-2049), como lo creo, que serán de orden, muy terrenales y racionales, e incluso confesionales para Occidente. No nos escandalicemos.

Desde esa perspectiva hemos de ir observando la hipótesis del aparente «bukelismo» norteamericano, bajo Donald Trump. De nada nos servirá mirar las cosas al trasluz de las cuestiones cotidianas que nos afectan, como el TPS o la visita de Richard Grenell a Venezuela, o las sorpresas que se nos muestran como sorpresa por la mirada miope: El apoyo de USA a Rusia en el Consejo de Seguridad de la ONU, otra pieza de Neandertal.

Tengamos presente que, en vísperas de la guerra de Rusia contra Ucrania, en enero de 2022, Rusia, China e Irán se coaligaron para operaciones militares conjuntas en el Mar Muerto. Seguidamente, Vladimir Putin y Xi Jing Pin firmaron la Declaración sobre las Relaciones Internacionales para la Era Nueva, con tres premisas desafiantes: (1) Dicen representar a civilizaciones estables y orgullosas de lo que son; (2) que se consideran llamadas a gobernar la globalización, desde el eje Pacífico, quedando atrás, en el pasado, el mundo atlántico declinante; (3) finalmente, como recomendación, a los occidentales nos dicen que si aspiramos a la paz dejemos que cada pueblo nuestro escoja, electoralmente, su propio modelo y avance “electoralmente” hacia la dictadura.

Trump, por lo visto y por lo pronto, pues apenas transcurre un mes desde la inauguración de su Administración y habiendo quedado arponeado con la experiencia china del Covid-19, que lo desbanca políticamente y en alianza con los dueños de grandes plataformas digitales, esta vez se está encargando de separar a Rusia del Eje Pacífico que ha buscado imperar, desde hace tres décadas. Los dineros de este han inundado a América Latina y en Venezuela han sostenido a su satrapía.

Al organizar las fuerzas armadas y asentar a los Estados Unidos como el arsenal de la democracia durante la Segunda Gran Conflagración del siglo XX, el presidente Roosevelt cambió de "Dr. New Deal" a "Dr. Ganar la guerra". Los retos diplomáticos le suponían reunirse con Winston Churchill, pero también con Iósif Stalin, para establecer los parámetros tanto de la cooperación en tiempos de guerra como del mundo de la posguerra. Y en un texto del Smithsonian Institute se reseña lo dicho por este: "No se puede cambiar de caballo en plena carrera"; sean cuales fuesen las simpatías o antipatías que nos suscite el inquilino de la Casa Blanca.

¡Recibe las últimas noticias en tus propias manos!

Descarga LA APP

Deja tu comentario

Te puede interesar