Música ajena y parque público, eso es lo que Francisco le ofrece a su pequeña este fin de semana. Ella baila feliz con la música del cumpleaños de al lado, descalza, con sus piececitos retozando rítmicamente en la arena del área de juegos.
Vivencias que toman forma de relatos y conducen a la reflexión
Música ajena y parque público, eso es lo que Francisco le ofrece a su pequeña este fin de semana. Ella baila feliz con la música del cumpleaños de al lado, descalza, con sus piececitos retozando rítmicamente en la arena del área de juegos.
Cada cierto tiempo, de forma inconsciente Francisco deja de mirar a su hija para panear el parque, temeroso de que lleguen los guardias de inmigración en uno de esos operativos que ahora anuncian en la televisión. “Tus papeles ya no valen”, le recordó la madre cuando esta mañana le alcanzó la niña hasta el estacionamiento del edificio donde viven y a donde Francisco religiosamente va a buscar a la pequeña cada domingo en la mañana.
“Te pueden parar los de tránsito por llevar la niña en la cabina de la camioneta”, le amenazó la madre: Según dice, la pequeña debería viajar en un asiento trasero que no existe en su vehículo, “se la estás poniendo en la mano para que te deporten por infracción de tráfico”.
Quizás tenga razón, pero no concibe el mundo sin estos momentos con su hija. No la puede llevar a los parques de Disney o a los complejos de tiendas caras, pero la niña es feliz con un poco de cielo abierto o la orilla del lago que recorren tomados de la mano. Él siempre se inventa nuevos destinos, a veces son diferentes esquinas del mismo parque.
La niña nació aquí, justo cuando llegaron y pocos meses antes del divorcio, bueno, de la separación, porque casados nunca estuvieron. La madre no le deja llevarse la niña a su casa, dice que no tiene condiciones ni privacidad en el apartamento que comparte con otros dos, por eso los domingos con obligación de regreso antes de las seis de la tarde.
Francisco consigue ahorrar unos pesitos cada semana para comprarle alguna bobería a la niña, a veces solo le da para un dulce y un refresco, hoy le tiene un peluche. El dinero se va entre el child support [pensión alimenticia] y el abogado que siempre promete soluciones enredadas a través de caminos interminables.
Legalizarse es su prioridad, pero cada vez está más complicada la cosa, la madre le insiste en que no sabe qué van a hacer sin su dinero si lo deportan, ella pretende que se quede el sábado y el domingo encerrado y sin ver a la hija, “los fines de semana es cuando salen a cazar ilegales, te estás regalando”.
Francisco les agradece a los padres del cumpleaños de al lado que le han traído golosinas y juguetes a la niña, dicen que están impactados con su baile, ahora la llevan a ver el mago y el payaso que pagaron para la fiesta, la niña feliz, le dice adiós con la mano, aunque son solo unos metros lo que se aleja del banco desde donde él la disfruta. Se fue descalza, con la arena en sus pies, a reírse de las bromas tontas del payaso.
El siente una gratitud inmensa por estas personas que de vez en cuando le extienden su solidaridad para hacerle más fácil la vida, unos instantes en que consiguen dibujar una sonrisa en el rostro de su niña.
Regresan felices, ella abrazando con una mano el peluche nuevo que le ha obsequiado y con la otra tratando de asegurar la bolsa con todas las “cositas”, así les dice, que le regalaron en el cumpleaños de al lado.
La madre los espera en el estacionamiento, “mira como viene toda embarrada de tierra”, dice tierra y no arena, y sigue peleando por el peinado o los zapatos, mientras la niña le muestra sus tesoros y le comenta del payaso, del baile, del mundo de maravillas que cree haber descubierto.
La madre le pide a la pequeña que vaya delante para hablar con Francisco y tan pronto se aleja comienza a reclamar, a exigir, a enumerar gastos. Francisco no la atiende, está mirando a su hija que se ha detenido al final del pasillo para dedicarle otro baile, esta vez sin música, finalmente coloca la bolsa de las “cositas” en el suelo para lanzarle un beso.
Regresa embelesado, sin vigilar a los policías, sin el temor de todos estos días, cobró fuerzas para otra semana, cargó baterías para batirse con la vida, para sobrevivir el laberinto interminable de papeles, noticias adversas y soledad.
Se cruzará en el camino con otros Franciscos, guerreros anónimos que como él cavan la trinchera de su futuro en este país, inspirados en los piececitos descalzos de sus hijas bailarinas.