Villach, Austria.- Z de "Zigeuner" ("gitano") y un número. Algunos supervivientes todavía llevan el horror del holocausto gitano tatuado en la piel, recuerdo de un genocidio olvidado que los historiadores intentan documentar.
"Solo dejaba de tener hambre cuando robaba la comida de los caballos", recuerda Rosa Schneeberger
Villach, Austria.- Z de "Zigeuner" ("gitano") y un número. Algunos supervivientes todavía llevan el horror del holocausto gitano tatuado en la piel, recuerdo de un genocidio olvidado que los historiadores intentan documentar.
Rosa Schneeberger es una de las últimas sinti, una comunidad itinerante que deambula desde tiempos medievales por el oeste de Europa.
Tenía solo cinco años cuando la deportaron con su madre y sus hermanos al mayor campo de reclusión de gitanos, Lackenbach, construido en 1940 por los nazis en la anexionada Austria, donde familias enteras eran sometidas a trabajos forzados.
A los 88 años, Schneeberger, de nacionalidad austríaca, evoca con dolor los recuerdos que dejó enterrados en lo más profundo de su mente durante décadas.
En el salón de su casa en la ciudad austríaca de Villach, repleta de fotografías de sus cuatro hijos, sus diez nietos y sus dos bisnietos, Rosa cuenta a la AFP lo que recuerda de esa dolorosa infancia.
"Solo dejaba de tener hambre cuando robaba la comida de los caballos", explica. "Los alimentaban mejor que a nosotros".
En Lackenbach, los niños estaban obligados a cargar rocas, mientras los adultos trabajaban en el bosque, en la construcción de carreteras o en otras obras públicas.
Los más viejos y los más pobres caían exhaustos en las letrinas, recuerda. "Los nazis recuperaban en la mañana temprano sus cadáveres congelados".
Su querido abuelo murió enfermo ante sus ojos, dice.
Solo un 10% de los 11.000 gitanos y sintis austríacos sobrevivieron a las atrocidades nazis. Unos 4.000 fueron enviados a Lackenbach, de los que 237 murieron debido a las enfermedades, el frío y las palizas.
Muchos fueron enviados a los campos de exterminio en la Polonia ocupada, como el de Chelmno o el de Auschwitz, liberado por el ejército soviético hace 80 años, el 27 de enero de 1945.
Schneeberger sobrevivió hasta la liberación de Lackenbach en marzo de 1945 porque su padre, como muchos en su comunidad, tocaba un instrumento y entretenía a los guardias.
Los historiadores no saben cuántos gozaron de la misma suerte. La alemana Karola Fings, de la Universidad Heidelberg, está recopilando la primera enciclopedia sobre este tema.
"En muchos países, todavía no hemos comprendido todo el alcance" de la persecución, afirma.
En Estonia, por ejemplo, la comunidad fue virtualmente aniquilada y el dialecto que hablaban ya no existe.
Países como Bélgica, Países Bajos o Croacia quedaron particularmente afectados. En otros, como Francia, Bulgaria y Rumania, muchos sobrevivieron.
Pero no existen datos previos a la guerra sobre la dimensión de la población romaní. Actualmente se estima que cuenta con 12 millones de personas, de un origen cultural muy diverso. Entre ellos hay cientos de supervivientes del holocausto.
"Si juntamos los datos de los que sabemos seguro que eran sintis y romaníes, podemos decir que hubo entre 110.000 y 120.000 muertos", afirma la historiadora Fings.
"Pero hay un gran número de casos no registrados", agrega. "La hipótesis que más o menos se impone en la investigación es que podemos hablar de alrededor de 200.000 muertos".
Los crímenes cometidos solo se documentaron en el Tercer Reich, donde la primera redada de gitanos tuvo lugar en junio de 1938.
Sin embargo, todas las pruebas se destruyeron al final de la guerra y los "verdugos" reintegrados en la sociedad alemana "continuaron estigmatizando a las víctimas gitanas como antisociales y delincuentes", explica Fings.
Internacionalmente, la investigación no ha progresado hasta los últimos 20 años, cuando ya era demasiado tarde para recoger el testimonio de muchos deportados, a quienes los nazis identificaban con un triángulo negro o marrón, en función del campo.
La francesa Henriette Asseo, experta en la historia del pueblo gitano en Europa, considera "atroz" que después de la guerra, los supervivientes no fueran considerados "víctimas raciales" ni en Alemania ni en otros países del centro de Europa.
De hecho, en Alemania no se ha devuelto su antigua nacionalidad a las víctimas que escaparon. "Se ha hecho todo para excluirlos de las indemnizaciones", afirma Asseo.
Y eso que desde 1935, las leyes de Nuremberg --las leyes raciales sobre ciudadanía en el Tercer Reich y "protección de la sangre alemana"-- establecían que "los gitanos pertenecen a las razas impuras".
El reconocimiento del genocidio gitano no empezó a surgir hasta los años 1980, gracias a la movilización de activistas nacidos después de la guerra dispuestos a "reconquistar el pasado" mientras caía el comunismo y la democracia se abría paso, explica Asseo.
Pero recién en 2015 se instauró el 2 de agosto como el "Día Europeo de Conmemoración del Holocausto Gitano".
En diciembre de 2024, la Alianza Internacional de Memoria del Holocausto (IHRA) publicó recomendaciones para aprender de esta "historia ignorada".
Pero en muchos casos, el paso del tiempo ha sepultado las memorias. En la Checoslovaquia comunista se construyó una granja porcina industrial donde había el campo Lety, situado en el sudoeste de Praga.
Entre 1942 y 1943, unos 1.300 gitanos fueron internados en horribles condiciones en ese lugar. Al menos más de 300 fallecieron, muchos de ellos menores de 14 años, aunque los supervivientes aseguran que la cifra subestima lo ocurrido.
Después de 20 años de campañas y presiones, el gobierno checo compró en 2018 la granja para demolerla y erigir un memorial. Este se inauguró en abril del año pasado, cuando ya el último superviviente del campo había fallecido.
Jana Horvathova, una checa descendiente de esos supervivientes, fue una de las activistas que reclamó la apertura del memorial.
"Según las encuestas, al menos el 75% de la opinión pública todavía está influenciada por prejuicios hacia los gitanos, lo que implica una falta de interés en la cuestión", afirma.
Anna Miscova, una historiadora checa responsable de la exhibición permanente instalada en el lugar, también atribuye a la discriminación hacia esta comunidad las dificultades para arrojar luz sobre esa masacre.
"Alguna gente no quería hablar porque escondían el hecho de ser gitanos", explica.
Ni siquiera dentro de las familias se ha transmitido el recuerdo. Muchos supervivientes se casaron con parejas no gitanas y dejaron de hablar su idioma de infancia, el romaní.
Es el caso de Christine Gaal, nacida en 1949. Para pasar desapercibidos, sus padres incluso se cambiaron su apellido Sarkozy, muy extendido entre los gitanos.
En su residencia de ancianos en Viena nadie sabe su pasado. "Si supieran que lo era (gitana), los pensionistas no serían tan agradables conmigo", afirma.
Sus hijos no se sienten gitanos ni conocen sus costumbres ni saben tocar el címbalo, un popular instrumento con cuerdas metálicas tocado por muchos músicos de esa comunidad.
La madre de Gaal, que tuve 13 hijos, fue la única en regresar del campo de concentración de Ravensbruck. Su padre perdió a siete hermanos y hermanas.
"La itinerancia, los músicos en las posadas, los trabajos que teníamos como comerciantes de caballos, todo eso se ha esfumado", lamenta la hija de Schneeberger, Gina Bohoni, de 64 años.
"Los sintis están desapareciendo", agrega.
Mientras Gina recuerda los insultos que sufrió en la escuela, su sobrina de 27 años escucha en silencio, tomando conciencia de su legado.
Sin embargo, no quiere dar su nombre. Si su jefe se entera que es gitana, asegura, sería un desastre.
FUENTE: AFP