La exitosa estrategia de China ha llegado a su fin. Estados Unidos, que fue el creador del “engagement” (interacción) con el gigante asiático, se ha convencido de que los comunistas actuales siguen siendo tan marxistas como Mao Tse Tung y que su objetivo no es una China democrática y capitalista, sino una hegemónica que busca imponer su sistema en el mundo.
El crecimiento económico y el bienestar de China se debió a la política de Estados Unidos y Europa Occidental, cuando le ofrecieron al gigante asiático inversiones y tecnologías modernas. El crecimiento económico produjo también un gran desarrollo urbano. Ciudades que solamente tenían como promedio 20.000 habitantes y un nivel económico bajo, en menos de 20 años pasaron a unos 20 millones, una infraestructura moderna y un nivel de vida del primer mundo.
Durante tres décadas, empresas manufactureras de Estados Unidos, México, Europa y América Latina se mudaron a China aprovechando la mano de obra barata. El comunismo chino aplicó el sistema capitalista de la revolución industrial que las naciones occidentales rechazaron y modificaron por su injusticia social.
De esa manera, China consiguió un crecimiento exponencial y en unos 30 años se convirtió en la segunda potencia económica del mundo. Estados Unidos, y Occidente en general, toleraron que el régimen de Pekín les copiara sus patentes y tecnologías. Pero, más dañino aún resultó el “engagement político”, que dio entrada al régimen a Naciones Unidas y a la Organización Mundial de Comercio.
En la primera administración del presidente Donald Trump, Estados Unidos inició el distanciamiento de China. Muchos analistas lo visualizaron como “una guerra comercial”, pero el objetivo era poner freno a los múltiples abusos de Pekín en sus relaciones con Estados Unidos y Occidente en general.
Acontecimientos como la pandemia de Covid-19, donde China bloqueó cualquier investigación sobre su origen y propagación, su acelerada carrera nuclear y armamentista, su expansionismo en África y América Latina, su control sobre puertos e infraestructuras estratégicas alrededor del mundo y su desfachatez volando un globo con instrumentos de espionaje sobre las bases militares más sensibles de Estados Unidos, terminaron por agotar la pasividad de Washington.
El regreso de Trump no podía ser más oportuno. Su primer énfasis fue puesto en las inversiones billonarias en Inteligencia Artificial y en facilidades a las grandes empresas para que muden sus fábricas de China a Estados Unidos. La respuesta ha sido extraordinaria. Apple ya anunció una inversión de $500 billones en los próximos cuatro años, incluida la creación de 20.000 puestos de trabajo. Taiwán Semiconductor Manufacturing Company, la más sofisticada fabricante de semiconductores del mundo, ya abrió una fábrica en Arizona. Varios fabricantes de automóviles eléctricos han anunciado inversiones en Estados Unidos por un monto $312 billones en vehículos y baterías.
La ola de inversiones y regreso a Estados Unidos ya venía realizándose por otras causas internas en China. Entre ellas, la Ley de Seguridad Nacional, que ha originado amenazas y acciones policíacas contra las oficinas de compañías extranjeras, especialmente norteamericanas. O la orden que obliga a emplear a un funcionario del Partido Comunista como miembro de la junta de directores.
Otra manifestación del éxodo de capitales es que, en el último año, unos $100 billones de dólares, invertidos en acciones y bonos en China, se han retirado y emigrado a India, Malasia, Vietnam y Estados Unidos. Alrededor del 90% de los ejecutivos corporativos extranjeros reconocen que están en el planeamiento o proceso de sacar su producción de China.
Pero hay otro problema muy serio que está derrumbando la economía: la persecución contra los grandes empresarios privados, que ha dirigido personalmente Xi Jinping. Las tres grandes empresas privadas Tencent, Alibaba y Meituan han visto sus acciones caer estrepitosamente desde que el Partido Comunista lanzó su campaña “antimonopolio” en 2021.
En esta encrucijada, no hay otra salida para el régimen chino que la democratización del país o su regreso a una economía del Tercer Mundo.
* Luis Zúñiga es analista político y exdiplomático.
Luis Zúñiga analista político y exdiplomático - Cortesía del autor
Luis Zúñiga, analista político y exdiplomático.
Cortesía del autor