Hoy mi tía Clara me escribió para darme las condolencias por la muerte de Lincoln Diaz-Balart, a quien ella le está eternamente agradecida por un gesto de Lincoln que define su personalidad y su amor por el prójimo.
Aunque fue un congresista cubanoamericano, nunca perdió la cubanía; le interesaba cada aspecto de esa isla secuestrada
Hoy mi tía Clara me escribió para darme las condolencias por la muerte de Lincoln Diaz-Balart, a quien ella le está eternamente agradecida por un gesto de Lincoln que define su personalidad y su amor por el prójimo.
Hace unos 20 años, mi tía, como muchos cubanos, emigró a EEUU con su nieta Carmen. Al cruzar la frontera de México, a mi tía que era portadora de una visa estadounidense la dejaron pasar, sin embargo, retuvieron a Carmen, de solo 14 años. Al no tener sus mismos apellidos, podría tratarse de un caso de tráfico infantil. Mi tía no sabía qué hacer para recuperar a su nieta y, tras intentarlo todo, me llamó desesperada a Madrid, donde yo vivía, para ver qué podía hacer.
Muy apenado, me comuniqué con Lincoln de inmediato y le expliqué lo sucedido. Del otro lado del teléfono, una voz tranquila me calmó y me pidió todos los datos de mi sobrina Carmen.
“César, yo me ocupo. Tú eres familia”.
Efectivamente, a los dos días tenía la respuesta. Lincoln se desplazó hasta la frontera con México junto con su esposa, indagó sobre la niña, conversó con ella y le trasmitió a mi tía la tranquilidad necesaria. “Yo no puedo intervenir en el proceso, pero he visto a la niña y está bien”.
Ahora mi sobrina es una ciudadana estadounidense, graduada universitaria, que agradece a la sociedad a través de su labor profesional.
Conocí a los Díaz-Balart hace muchos años, tras una conferencia que impartí en la Fundación Hispano-cubana en Madrid. El tema era “Las relaciones raciales en la República”. Al terminar, me abordó su tío Waldo Díaz-Balart, conversamos muchísimo y nos hicimos grandes amigos. La amistad con Waldo fue un privilegio, una forma de tocar la historia, de saber de primera mano muchas vivencias que solo se leían en libros. A partir de ese vínculo, me presentaron a Lincoln. Surgió una afinidad, me invitó a su oficina de Washington, a la oficina de Miami; quería que viera cómo funcionaba la verdadera democracia.
El Lincoln que yo conocí era entrañable, cercano, muy cariñoso. De esas personas que te reciben con afecto y una frase optimista. Era muy familiar, siempre acompañado de su esposa Cristina, hechos a la medida. No en balde dicen que detrás de un gran hombre siempre hubo una gran mujer. Junto a él nunca tuve la sensación de estar hablando con alguien poderoso. Trataba de que te sintieras cómodo, de que fueras tú mismo. Te dejaba ser.
Era un amante fervoroso de la política y gran apasionado por la historia de Cuba, la cual bebió directamente de su padre, otro político de gran visión y magnífico patriota, al que también tuve el honor de conocer en Madrid. Fue él quien primero me habló de la Rosa Blanca, el proyecto de su vida sobre la Cuba del futuro.
Lincoln, aunque fue un congresista cubanoamericano, nunca perdió la cubanía. Le interesaba cada aspecto de esa isla secuestrada o, como él decía, de “la finca de los Castro”.
Bien conocía él la maldad del tirano; los unían lazos familiares. Era sobrino político del dictador, y por su padre, Rafael, sabía todo lo que este ser era capaz de hacer. Pero Lincoln no odiaba, era profundamente martiano. Había algo mesiánico en él cuando hablaba de la fuerza del amor. Lincoln te deslumbraba con su amor por Cuba. Su mayor preocupación, insisto, era el futuro de la isla después del fin biológico de los Castro. Pretendía a toda costa evitar que Cuba se convirtiera en un estado mafioso camuflado detrás de una escenografía democrática, como la Rusia de Putin. Por eso le daba tanta importancia al embargo, considerándolo un instrumento de justicia y la palanca necesaria para negociar con los líderes del futuro.
Hablaba con un dominio asombroso de los políticos y la política de la etapa republicana, de sus virtudes y sus defectos. Los había analizado con curiosidad científica, como aquel que estudia un proceso para no repetir sus errores. Era un gran admirador de Gastón Baquero, intelectual y director del Diario La Marina, exiliado en España.
Siempre me asombró su disponibilidad. Cada vez que me comunicaba con él desde Madrid, no había pasado un minuto y ya tenía su respuesta. Cualquier problema, cualquier duda, nunca quedaba sin atender. Estoy hablando de un congresista estadounidense en ejercicio.
Se alegró muchísimo cuando vine a vivir a Miami con mi familia. Me hizo un magnífico regalo: un pequeño ejemplar de la Constitución de los Estados Unidos. Es asombroso que en un documento tan pequeño quepa tanta libertad. No recuerdo las palabras exactas que me dijo. Creo que fue algo así como: “Diferente a otras constituciones, este documento trata de limitar sabiamente el poder del gobierno para garantizar la libertad del pueblo”.
Me llamó mucho la atención la modestia en que vivía: un pequeño apartamento de dos habitaciones, una de ellas convertida en una gran biblioteca, llena de libros de política, arte e historia de Cuba. “Este es mi rincón”, me dijo con orgullo.
Cuando me invitó a unirme al Instituto La Rosa Blanca, el proyecto donde se plasmaba el ideario de su padre, Rafael, con el objetivo de promover la libertad de Cuba, crear ideas y visualizar la isla postcastrista, no pude negarme. Trabajamos juntos, vivimos la aventura del Foro de la Sociedad Civil en Panamá, el encuentro paralelo a la Cumbre de la Américas en el año 2015. Escribí para La Rosa Blanca.
Hace un año, me llamó para comunicarme que estaba enfermo. Nunca lo comenté con nadie, solo lo compartí con mi mujer. Son cosas delicadas, íntimas, de un amigo que es una persona pública. Nunca se quejó. Me preguntaba por mi esposa y mi hija Luci. La familia era muy importante para Lincoln.
Hace un mes, cuando falleció su tío Waldo, conversamos por última vez y, al preguntarle sobre su salud, dijo que se sentía bien, que el tratamiento estaba funcionando. Sin embargo, ahora nos sorprende esta noticia tan triste. Se fue Lincoln, nos deja su cariño, su gran decencia, el honor de haber sido su amigo y la inspiración para continuar su obra de amor.