Luego de la formación del Partido Revolucionario Cubano (PRC) en 1892, Martí se encuentra en plena labor de organización de las fuerzas para la guerra que él espera sea “generosa y breve”. Para ello contacta de manera personal o mediante correspondencia a los viejos militares mambises, de los que dependerá el éxito del plan. Y, sobre todo, espera el apoyo de los más importantes: Máximo Gómez y Antonio Maceo.
Se sabe que sus relaciones con los guerreros no eran cordiales después de la ruptura de 1884, cuando decidió retirarse del Programa Revolucionario de San Pedro Sula por considerar que este acusaba tendencias autoritarias y caudillistas. En aquella ocasión ambos generales manifestaron opiniones sumamente ofensivas.
RAMA DE OLIVO
Casi una década después, aquel ser sin rencor ya había tendido una rama de olivo.
Desde septiembre de 1892 las relaciones con Gómez se habían restablecido y trataba ahora de construir unos vínculos sólidos con el Héroe de Jobito. Le ha escrito cartas donde le reitera admiración, respeto y cariño, y ha publicado en Patria, en octubre, una semblanza laudatoria en la que señala que “Maceo tiene en la mente tanta fuerza como en el brazo”. Ese mes había visitado a Mariana Grajales y María Cabrales, madre y esposa, respectivamente, en Kingston, Jamaica, y les había dedicado en el mismo periódico palabras muy hermosas.
A fines de 1893 es el delegado del PRC, el líder más destacado del independentismo, figura política reconocida entre los emigrados. Además de sus dotes como orador, son muy apreciados los artículos y crónicas que publica en Estados Unidos, México, Venezuela, Honduras, Argentina, entre otros. Ha sido cónsul de Uruguay, Paraguay y Argentina. Es, a todas luces, el intelectual latinoamericano más respetado, culto e influyente de fines de siglo.
Y, no obstante, nada más lejos de él que enseñorearse en su ganado prestigio. Ahora, en diciembre de 1893, le interesa dejar en claro que no queda nada de las reservas de antaño, que admira y respeta al general, que cuenta con él y que no busca para sí poder alguno sino sacrificio. Conociendo, además, que el jefe mambí había sido objeto de prejuicios racistas entre los mambises, lo trata con delicadeza, destaca sus méritos y es pródigo en elogios.
La misiva en cuestión aborda varios tópicos. Los sintetizo:
Recuerda las conversaciones en San José, Costa Rica, en junio-julio de ese año: “una de las más puras emociones de mi vida”. Le refiere la “labor bestial y sin descanso”, que lleva a cabo para levantar “hombre por hombre, todo este edificio”; y le pide que vea “mi agonía, mi responsabilidad”. Asimismo, menciona su reciente visita a Tampa: “tres días de esfuerzo angustioso” y precisa que se encuentra, precavido, trabajando en silencio “pero de modo que nada de cuanto haga dé idea de la proximidad en que están nuestras cosas”.
Martí alude a la necesidad de evitar alzamientos apresurados, como el de noviembre, en la localidad de Cruces, en la región central de la isla, realizado “con una orden falsa mía”, que, a pesar de su fracaso, dentro y fuera, debía servir para evitar que los estallidos de rebeldía propiciaran la contraofensiva del gobierno. A fin de borrar cualquier inquietud del general, le asevera que “tenemos allegados los medios, modestos y bastantes” para el momento preciso.
Con todo, por razones de discreción, no le ofrece detalles sobre los preparativos de la insurrección en ciernes—habrá que esperar aún más de un año para la catástrofe de La Fernandina en diciembre de 1894 y, finalmente, para el Grito de Baire del 24 de febrero de 1895 (Véase, del autor, El ingrato arte de la conspiración).
NI FAMA NI BIEN ALGUNO
Luego entra en la parte principal de la misiva, en la que le ofrece seguridades de su trabajo, su carácter y los fines de su entrega:
Ahora sólo estas líneas le puedo poner, y la seguridad de que, lo que yo haya de hacer, ni con ligereza ni con demora será hecho. Yo no trabajo por mi fama, puesto que toda la del mundo cabe en un grano de maíz(negritas del autor), ni por bien alguno de esta vida triste, que no tiene ya para mí satisfacción mayor que el salir de ella: trabajo para poner en vías de felicidad a los hombres que hoy viven sin ella. No espere, pues, de mí, —harto lo sabe Vd.— precipitación alguna, ni el crimen de azuzar y comprometer, por salvar la honrilla de la tentativa —sobre que, con hombre del juicio de Vd., eso sería pueril e inútil. Este hombre, lo ama y lo conoce, y no faltaría así al respeto que merece su vida (Ibid., p. 459).
Antes de despedirse, alude a la muerte de Mariana Grajales y a la nota que le dedicó en Patria: “Vi a la anciana dos veces, y me acarició y miró como a hijo, y la recordaré con amor toda mi vida”.
Desea ganarse la confianza total del militar, disipar antiguos resquemores y espantar cualquier sospecha de pretensión al poder. Ciertamente, su prestigio como periodista y escritor era gigantesco; por ello quizá se sintió obligado a insistir en que no trabajaba por notoriedad. Años atrás había expresado: “creo la guerra tan abominable como posible, y que no hay vanagloria que me fuerce, por adquirir fama de austero o de emancipador, a contribuir a llevar a mi patria antes de que ella dé muestras patentes de desearla, la guerra que en todo instante puede llevársele, pero no debe ir hasta que los elementos que tienen que combatir no hayan en gran parte venido a tierra por sí mismos, o en el silencio del corazón se vayan poniendo a su lado. (José Martí, Carta a Ricardo Rodríguez Otero, Op. Cit., Vol. I, p. 192).
Lamentablemente, en el curso de la insurrección, se abrirán nuevamente las viejas heridas a propósito de los fondos para financiar la expedición que Flor Crombet, en vez de Maceo, organizó finalmente desde Costa Rica, desavenencia que escalaría en la entrevista de La Mejorana, el 5 de mayo de 1895: en palabras de Manuel Pedro González, “la experiencia más angustiada y dolorosa de toda la vida de Martí” (Radiografía espiritual de José Martí; Anuario Martiano, Vol. 2. ,1970, p. 505).
LA SIGNIFICACIÓN DE LA FRASE
Volviendo a la epístola, Martí argumentaba que toda la fama del mundo cabía en un grano de maíz. ¿Qué quiso decir? ¿Por qué concede a un cereal diminuto —concreto, real—, la capacidad de albergar un concepto abstracto que llega a ser desproporcionado por su dimensión “mundial”?
A primera vista, se observa el contraste entre lo pequeño, mínimo, representado por el grano de maíz, y la fama, esto es, la noción de reputación relativamente extendida. Profundo conocedor de la Biblia, posiblemente halló inspiración en la parábola de Jesús:
“El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas” (Mateo 13:31-58, Reina-Valera, 1960).
La semilla de mostaza, utilizada en el Medio Oriente como condimento o especia, se vincula así con la abundancia y la multiplicidad. Pese a su pequeñez, guarda la promesa del árbol futuro que servirá de albergue a las aves. Lo minúsculo contiene lo inmenso: he ahí el milagro de la creación. Reflexión que reitera en este poema incompleto: “Saber no quiero/ de la pompa del mundo: el amor cabe/ en un grano de anís”… (José Martí, “Lluvia de junio”, Fragmentos y poemas en elaboración, Op. Cit., Vol. XVII, p. 266).
LAS CULTURAS DEL MAÍZ
Con todo, para presentar la antítesis opta por el maíz. Ello es entendible, en tanto este se avenía más a su vocación americanista por constituir una planta originaria del nuevo continente, donde había sido esencial en la dieta de millones de personas desde tiempos inmemoriales. Agréguese su profunda admiración por las civilizaciones maya, azteca e inca, también llamadas “culturas del maíz”.
El Maestro manifestó un enorme interés en el tema, lo cual se refleja en el reconocimiento de las obras “del americano Stephens, de Brasseur de Bourbourg y de Charnay, de Le Plongeon y su atrevida mujer, del francés Nadaillac” (Las ruinas indias, La Edad de Oro; Op. Cit., Vol. XVIII, p. 387) y las visitas a las ruinas de Uxmal y Chichen- Itzá, en Yucatán, México. La propia lectura que hizo del Popol Vuh, el Libro Sagrado de los mayas-quichés de Guatemala, resaltaba la importancia del maíz: según la mitología, el ser humano había sido creado del fruto amarillo, luego del fracaso sucesivo de la creación a partir del barro y la madera: “luego pusieron en plática el crear a nuestros primeros padres y madres; y solo fueron mazorcas amarillas y blancas su carne; y solo de comida fueron sus brazos y piernas de los hombres, nuestros primeros padres” (Popol Vuh, Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala, 2021, p. 90).
Por ello no podría hallarse un símbolo más representativo del carácter sagrado de la naturaleza que el mahís —del taíno: “lo que sustenta la vida”—, un gran recurso económico, alimentario, religioso y cultural. Cintéotl era su dios, acompañado de dioses menores que representaban las diferentes variedades del cereal.
Ahora bien, ¿por qué asociarlo con la fama y establecer que toda la existente cabe en la semilla?
Es conocido el amor de Martí por la naturaleza, de lo que dan fe sus experiencias en países de Centroamérica, el Caribe y Estados Unidos. La de Cuba le ha fascinado. Así, durante la marcha de la tropa, a solo 10 días de su muerte, topan con el río Cauto y anota en su Diario:
“De suave reverencia se hincha el pecho, y cariño poderoso, ante el vasto paisaje del río amado. Lo cruzamos, por cerca de una seiba, y, luego del saludo a una familia mambí, muy gozosa de vernos, entramos al bosque claro, de sol dulce, de arbolado ligero, de hoja acuosa. Como por sobre alfombra van los caballos, de lo mucho del césped. Arriba el curujeyal da al cielo azul, o la palma nueva, o el dagame, que da la flor más fina, amada de la abeja, o la guásima, o la jatía. Todo es festón y hojeo, y por entre los claros, a la derecha, se ve el verde del limpio, a la otra margen, abrigado y espeso. Veo allí el ateje, de copa alta y menuda, de parásitas y curujeyes; el cajueirán, "el palo más fuerte de Cuba", el grueso júcaro, el almácigo, de piel de seda, la jagua de hoja ancha, la preñada güira, el jigüe duro, de negro corazón para bastones, y cáscara de curtir, el jubabán, de fronda leve, cuyas hojas, capa a capa, "vuelven raso al tabaco", la caoba, de corteza brusca, la quiebrahacha de tronco estriado, y abierto en ramos recios, cerca de las raíces, (el caimitillo y el cupey y la picapica) y la yamagua, que estanca la sangre” (Diarios de Campaña, Edit. CEM, La Habana, 2015, p. 97)
Vale subrayar que el encantamiento con la manigua, que él ha poetizado desde su desembarco en la isla el 11 de abril, no es mero rasgo romántico, expresión de su fina sensibilidad, sino también convicción que se asienta en las ideas más avanzadas de su época.
NATURALEZA Y FILOSOFÍA
El escritor y político bebió de todas las fuentes posibles: platonismo, cristianismo, estoicismo, krausismo, positivismo, trascendentalismo, hinduísmo y hasta budismo. Su mente —que no se subordinó a ningún sistema o escuela filosófica— recogió e integró, tras cribarlo a través del tiempo, el aporte de muchos pensadores, al igual que de literatos e historiadores.
Vale señalar el influjo del alemán Karl Christian Friedrich Krause (1781-1832) y, sobre todo, del estadounidense Ralph Waldo Emerson (1803-1882). Ambos fueron guías espirituales en el ámbito de la ética, la estética y la vida social y, particularmente, respecto de la naturaleza, en tanto indicaron la consonancia esencial entre esta y el espíritu, bajo la unidad de Dios.
Trabó conocimiento con la teoría del racionalismo armónico de Krause desde sus primeros estudios en la isla y luego profundizó en ella, durante su destierro en España, entre 1871 y 1874. Vinculado con la masonería, el krausismo fue adaptado en ese país y tuvo una fuerte influencia en la política, la educación y el arte. Su concepto de panenteísmo buscaba conjugar la inmanencia y la trascendencia de Dios, presente en todas las cosas.
Para Martí, “Dios existe, sin embargo, en la idea del bien, que vela el nacimiento de cada ser y deja en el alma que se encarna en él una lágrima pura. El bien es Dios” (José Martí, El presidio político en Cuba, Op. Cit, Vol. I, p. 44). Así, es ley divina hacer el bien como fin fundamental de la vida humana. Los krausistas sostenían que había que hacerlo sólo por eI bien en sí mismo, “con despego de todo interés presente o futuro, generosamente, y hasta hemos de hacer el bien ajeno a costa del propio sacrificio, que es donde radica la verdadera bondad” (Tomás G. Oria, Martí y el krausismo, Society of Spanish and Spanish-American Studies, Michigan, 1987, p. 161).
En este sentido, habla del “placer inmenso de hacer el bien” frente a “la pueril vanidad de alcanzar fama” (José Martí, Cuaderno de Apuntes no. 8, O.C., p. 247). Por cierto, el concepto se le presenta frecuentemente con visos negativos: “los oscuros talleres en que suele elaborarse la fama” (Cuaderno de apuntes no. 5, Op. Cit, Vol. XXI, p. 166).
En su Ideal de la humanidad para la vida (1871) Krause califica a la naturaleza de “bienhechora de la humanidad” y, adelantado a su tiempo, enarbola la defensa de sus “derechos”. Por ello el contacto con ella resulta una necesidad revitalizadora del espíritu.
Emerson encabezó la doctrina del trascendentalismo, de mediados del siglo XIX, que se proponía llevar a cabo el progreso intelectual y moral, a la zaga del crecimiento industrial y la acumulación de la riqueza de Norteamérica. Los trascendentalistas priorizaban el conocimiento intuitivo frente al sensorial. Las ideas, arguyen, no provienen de la experiencia sensorial ni del razonamiento. La intuición permitiría una revelación personal.
A su juicio, la naturaleza sirve al hombre, quien puede vivir en su contacto y participar, a través de ella, de una comunión mística con el Espíritu divino. “En efecto, los hechos del mundo de la naturaleza son caminos que conducen a realidades trascendentales” (Roberto Agramonte, Martí y su concepción del mundo, Editorial Universitaria, Universidad de Puerto Rico, 1971, p. 110).
Lo milagroso se aprecia en lo cotidiano, lo cual se percibe a través de la intuición y no de la observación. “Sin negar la divinidad de Cristo, Emerson cree en la divinidad del ser humano. Sin disputar los milagros de los santos, sostiene que es también milagro eI florecer del trébol y la caída de la lluvia” (Agramonte, p. 112). Y concluía: “Un hombre es la enciclopedia entera de los hechos. La creación de un millar de bosques está en una bellota” (R.W. Emerson, Ensayos completos en español, Libreditorial.com, Orlando, p. 6).
El “anciano maravilloso” no solo influyó en el ideario martiano sino también en el estilo de su prosa, que es también poesía. Una de sus obras más relevantes fue Naturaleza (1836) que glosó e interpretó en una bellísima crónica con motivo de su muerte, publicada en La Opinión Nacional de Caracas en mayo de 1882 (Op. Cit, Vol. XIII, pp. 17-30). Se identifica de tal modo con el sabio, que al describirlo se describe a sí mismo. Desarrolla la noción de que la naturaleza “inspira, cura, consuela, fortalece y prepara para la virtud al hombre”, que “cada hombre tiene en sí al Creador, y cada cosa creada tiene algo del Creador en sí”. Finalmente, que “dentro del hombre está el alma del conjunto, la del sabio silencio, la hermosura universal a la que toda parte y partícula está igualmente relacionada: el Uno Eterno”.
Ese mismo año, en el Prólogo al poema del Niágara, escribe:
Pero en la fábrica universal no hay cosa pequeña que no tenga en sí todos los gérmenes de las cosas grandes, y el cielo gira y anda con sus tormentas, días y noches, y el hombre se revuelve y marcha con sus pasiones, fe y amarguras; y cuando ya no ven sus ojos las estrellas del cielo, los vuelve a las de su alma” (José Martí, Op. Cit, Vol. VII, p. 224).
En resumen, tanto Krause como Emerson coinciden en el planteamiento de que Dios está en todo y todos los seres y todas las cosas están en Dios. He ahí el potencial de una semilla, maravilla de la creación, para ser fuente del conocimiento de todo el Universo. El aforismo de Martí revela el alcance y sutileza de su pensamiento: “Yo no trabajo por mi fama, puesto que toda la del mundo cabe en un grano de maíz”.
Vistas las circunstancias en las que escribió esas palabras, analizados juicios sobre la fama y las posibles motivaciones culturales, religiosas y filosóficas para relacionarla con el grano de maíz, es de esperar que gane más adeptos la conveniencia de remitirse siempre a las fuentes originales. No se trata solo de respeto: en cada texto martiano nos aguarda una aventura espiritual.
CODA:
Al inicio mencioné que se había modificado la forma y fondo de la frase. Es obligado señalar que el máximo responsable de la equivocación y de que esta se extendiera fue Fidel Castro, quien la formuló así, citándola de memoria, en 1959, y luego la repitió, a saber, en 1985 y 1992. De la multiplicación del error se encargaron luego los medios de propaganda. Pasaría mucho tiempo antes de que apareciera una rectificación. Eso fue lo que hizo in extenso Juan Francisco de la Paz Pérez, un especialista en informática de la biblioteca de Caibarién (“Toda la fama del mundo...”; Islas, abril-junio, 2000). Solo en agosto del 2006 el diario Gramma reprodujo la carta a Antonio Maceo y la expresión correcta de la frase.
Profesor y periodista
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