MIAMI.- Es un lugar común decirlo, pero la realidad supera la ficción. Por supuesto, hacer “copy-paste” de una anécdota increíble para llevarla al cine no es garantía de éxito: el drama tiene sus formas y la vida pocas veces se rige por ellas. Es por eso que cuando vemos una excelente adaptación de un hecho real a la gran pantalla siempre nos quedamos con ganas de averiguar dónde está la línea que separa la invención de lo que realmente sucedió. Este es precisamente el caso de Last Breath, película que toma su título del documental homónimo de 2019 (dirigido y escrito por Alex Parkinson, responsable de esta nueva versión) y que se propone revisitar una increíble historia real en formato ficción para dejar a más de uno boquiabierto en la sala de cine.
La película nos cuenta un día de rutina en la vida de unos buceadores de aguas profundas que hacen mantenimiento y reparaciones a estructuras bajo el mar. El trío protagónico está conformado por Duncan Allock (Woody Harrelson), un veterano en el área que está a punto de retirarse, Dave Yuasa (Simu Liu), un tipo estoico, fornido y taciturno, y Chris Lemons (Finn Cole), un joven romántico que pasa cada minuto deseando volver a la superficie para reencontrarse con su novia. Todo parece marchar con total normalidad para el equipo hasta que una tormenta genera un desperfecto técnico y las cosas se complican para los buceadores. Un hecho fortuito que deja Chris incomunicado y perdido en el fondo del mar esperando ser rescatado por sus compañeros antes que se agote el poco oxígeno que le queda de reserva.
Escrita por Mitchell LaFortune, Alex Parkinson y David Brooks, Last Breath no inventa el agua tibia, pero logra su cometido de forma efectiva. Su premisa es bastante sencilla y la hemos visto decenas de veces en todos los formatos posibles: hay que rescatar a alguien en una situación de peligro extremo con una dinámica contrarreloj. Sin embargo, la película funciona gracias a la tensión que va construyendo in crescendo al cambiar las vueltas de tuerca típicas del formato de guion por un juego de perspectivas que le da oxígeno a tres tramas que transcurren en paralelo. De esta forma, el espectador se queda enganchado en un caleidoscopio narrativo que se mueve constantemente entre Chris perdido en el fondo del océano —incomunicado y con una cuenta regresiva perenne—, sus compañeros maniatados en una base submarina que está adjunta a un barco que atraviesa una tormenta (con los sistemas averiados y a la deriva), transformando el conflicto principal en un diagrama de Gantt donde cada decisión que se toma afecta lo que sucede en cada una de las tramas. Esto hace que el conflicto se complejice hasta transformarse en una misión imposible (como conseguir una aguja en un pajar… en el fondo del mar) y nos haga cuestionarnos en todo momento si los protagonistas lograrán rescatar a Chris antes que sea demasiado tarde.
En sintonía con el guion, tenemos la dirección de Alex Parkinson que hace de Last Breath una experiencia claustrofóbica y angustiante. Al igual que la trama va cambiando de puntos de vista, el director juega con múltiples formatos de grabación para dinamizar visualmente la historia y acentuar las diferencias entre las locaciones en las que se desarrolla el guion. A través del montaje, Parkinson hace zoom in y zoom out en el conflicto usando planos generales (que nos muestran la travesía del barco luchando contra las olas) en contraposición con planos cerrados con cámaras de seguridad angulares en espacios reducidos o puntos de vista subjetivos de los trajes submarinos. Al mismo tiempo, el director se vale de la poca resolución que tienen algunas cámaras bajo el agua para hacernos padecer la lentitud exasperante de cada movimiento en las profundidades, acentuando la dificultad de realizar ciertas maniobras precisas como ensartar un mosquetón con otro en una dinámica de vida o muerte. En este apartado la cinematografía de Nick Remy Matthews (I.S.S., Furia) es otro factor clave creando una iluminación increíble bajo el agua que oscila entre lo estéticamente hermoso y la ambigüedad ominosa de la oscuridad. Un juego que desorienta al público en todo momento y acentúa la sensación imponente de estar flotando en el medio de la nada.
Aunque posee actuaciones sólidas y un cast de primera, el verdadero atractivo de Last Breath está en hacerle sentir al espectador en carne propia la indefensión y angustia que atravesaron sus protagonistas. Gracias a una sólida impronta en dirección y cinematografía, la película es una experiencia inmersiva que vale la pena ver en pantalla grande. Su montaje es preciso y, progresivamente, nos sumerge en una épica que pasa en un abrir y cerrar de ojos. Su epílogo hará que hasta el más ateo en la sala, por un instante, se cuestione la existencia de un elemento suprahumano (llámese Dios, campo cuántico, suerte) y eso es algo que pocas veces el cine puede lograr de forma tan efectiva.
Lo mejor: la tensión que se va construyendo progresivamente mientras la historia avanza, la dirección y la cinematografía: ambas juegan con diferentes formatos de video para trasmitir sensación de fragilidad y claustrofobia.
Lo malo: su epílogo está un poco largo, aunque funciona como “descompresión” de la tensión de todo el largometraje. Si ya conoces la historia el factor sorpresa del final pierde potencia.
Sobre el autor
Luis Bond es director, guionista, editor y profesor. Desde el 2010 se dedica a la crítica de cine en web, radio y publicaciones impresas. Es Tomatometer-approved critic en Rotten Tomatoes (https://www.rottentomatoes.com/critics/luis-bond/movies ). Su formación en cine se ha complementado con estudios en Psicología Analítica profunda y Simbología. Es co-host del podcast Axis Mundi donde profundiza en el análisis fílmico, la literatura, la psicología y los lenguaje simbólicos.
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