París vibró con una solemnidad especial el 7 de diciembre. La Catedral de Notre Dame, renacida de sus cenizas y heridas, volvió a abrir sus puertas. Era el símbolo de una ciudad que había sobrevivido a las llamas y al tiempo. Y allí, en el epicentro de esa ceremonia, Gustavo Dudamel, nuestra estrella ya consagrada, hizo brillar su batuta, convirtiendo la música en un acto de reconstrucción, en una oración sonora que tocaba el corazón del mundo.
La Orquesta Filarmónica de la Radio de Francia –una de las orquestas más prestigiosas y reconocidas a nivel mundial- desplegaba sus notas bajo las bóvedas góticas como si tejiera un puente invisible entre el pasado y el presente. Dudamel no dirigía solo una agrupación de músicos; dirigía una esperanza colectiva. Sus gestos eran precisos, llenos de una energía contenida que parecía dialogar con cada piedra restaurada, con cada cicatriz de la catedral. Su batuta destellaba en el aire, marcando el compás de una nueva esperanza.
Sobre la Catedral de Notre Dame
Dedicada a la Virgen María, la Catedral de Notre Dame es una joya gótica, de las más antiguas del mundo, que ha sobrevivido a los embates del tiempo y la historia desde su construcción en el siglo XII (1163-1245). Testigo silencioso de coronaciones, revoluciones y guerras, sus majestuosas torres han contemplado el esplendor y la tragedia de París durante más de 850 años. El devastador incendio del 15 de abril de 2019, que consumió su emblemática aguja y gran parte del techo, no solo dejó cicatrices en su estructura de piedra, sino en el corazón cultural del mundo.
La restauración de la Catedral de Notre Dame, tuvo un costo aproximado de 700 millones de euros. Este monto fue financiado principalmente mediante donaciones de todo el mundo, incluyendo aportes significativos de empresas y filántropos franceses, así como contribuciones internacionales. Antes del incendio, la catedral recibía alrededor de 12 millones de visitantes al año, consolidándose como uno de los monumentos más visitados de Francia. Tras su reapertura, se espera que la afluencia aumente a entre 14 y 15 millones de visitantes anuales, superando incluso a destinos como Disneyland París y la Torre Eiffel.
La noche y los invitados del momento…
Los asistentes absorbían ese momento con una mezcla de asombro y reverencia. El anfitrión Emmanuel Macron y su esposa, Brigitte, ocupaban los primeros asientos, reflejando en sus rostros la solemnidad del acto. Elon Musk, en su silencio calculador, parecía intuir que no todo el futuro se diseña con algoritmos, sino también con emociones. Donald Trump, en una rara pausa de quietud, observaba la escena sin sus habituales controversias. Volodímir Zelenski, con la mirada cargada de historias y luchas, aplaudía con el alma dividida entre el presente de París y la reconstrucción pendiente de su propia tierra.
Esa noche, Dudamel no solo fue un director; fue un alquimista de emociones. Nos recordó que, si el mundo funcionara como una orquesta, habría más armonía y entendimiento. Que no es necesario pensar igual para crear algo hermoso juntos. Y en Notre Dame, por un instante, el mundo pareció comprenderlo.
“La musique”
Entonces, entre diversas y sublimes presentaciones musicales con artistas de lujo en el concierto de Gala, los acordes inconfundibles de la Quinta Sinfonía de Beethoven (+1827) irrumpieron como una declaración del destino. Ese "ta-ta-ta-taaan", vibrante y certero, parecía reflejar la lucha misma de Notre Dame por renacer de sus cenizas. Dudamel, cuyo amor especial por esta pieza, dirigía con una pasión arrolladora, como si con cada golpe de batuta quisiera desafiar al propio destino.
Las notas ascendían hacia las alturas de la catedral, resonando en cada rincón con una fuerza tan pura y vibrante que parecía borrar las cicatrices del incendio. Los vitrales, restaurados con amor y precisión, filtraban una luz de colores que danzaba con los sonidos de Beethoven. Cada golpe de timbal, cada susurro de violín, proclamaba que la música es capaz de salvar lo que se creía perdido.
Cabe recordar y destacar, que es el mismo mensaje que el maestro José Antonio Abreu Anselmi (+2018) sembró cuando creó El Sistema – hace casi medio siglo-, ese milagro venezolano que enseña a los niños a cambiar sus vidas con un instrumento en las manos.
Mientras los últimos acordes de la Quinta Sinfonía se desvanecían en el aire, la catedral resplandecía con una nueva luz. La batuta de Dudamel había brillado con una intensidad que iba más allá de la música. Fue un faro de esperanza en tiempos convulsos. Notre Dame resurgió de las llamas. Y Dudamel, con su batuta luminosa y el eco eterno de Beethoven, nos recordó que: “la música es mucho más que entretenimiento. La música nos puede sanar, confortarnos y unirnos”.