miércoles 9  de  octubre 2024
REPORTAJE

Cuba se hunde en una crisis general mientras el régimen aplica su economía de guerra

Desde el bohío de tablones de madera, María Luisa, trabajadora agrícola, divisa la chimenea del que fuera uno de los centrales más productivos de Cuba

Diario las Américas | IVÁN GARCÍA
Por IVÁN GARCÍA

LA HABANA.- El antiguo ingenio azucarero Hershey, ubicado en el municipio Santa Cruz del Norte, provincia Mayabeque, 70 kilómetros al este de La Habana, es un amasijo de hierros oxidados cubiertos por la maleza.

Al mediodía, el batey es un caserío desolado. La mayoría de sus residentes se han ido a vivir a la ciudad o han emigrado a Miami, el destino preferido de muchos cubanos.

Desde el bohío de tablones de madera y piso de tierra, María Luisa, 56 años, trabajadora agrícola, divisa la chimenea del que fuera uno de los centrales más productivos de Cuba.

En un fogón improvisado en el patio del rancho, la mujer revuelve harina de maíz molido que se cuece a fuego lento. Cuando se termina de cocinar, María Luisa prepara un sofrito con ajo, cebollino y puré de tomate y con una cuchara vierte porciones en hojas de maíz. “Antes le echaba chicharrones de pellejo de puerco o de pollo. Pero ahora es sin ná, de lo contrario se encarece el producto”.

Su esposo, ex obrero del central Hershey, la hija y su nuera la ayudan a preparar los tamales y luego de contarlos los introducen en una lata grande adaptada con un rústico mecanismo que los mantiene calientes. Pasada las tres de la tarde, cuando baja el sol, arrastran un carrito con los tamales, racimos de plátanos y ristras de ajo para vendérselos a los conductores que transitan por la Vía Blanca.

“Ya a esa hora no hay tantos inspectores. Nosotros no tenemos licencia. Estamos al pecho”, aclara Pedro, más conocido como Pirulo, quien durante cuatro décadas laboró en el ingenio azucarero. “Comencé como ayudante y llegué a especializarme en la producción de azúcar de alta calidad. Conozco todos los secretos de un central".

Un amigo residente en Estados Unidos le ha dicho que existen posibilidades de trabajar temporalmente en algún central azucarero de la Florida. "Ojalá pudiera ir unos meses. Podría ganar un dinero que me permitiera construir una casa de placa y vivir como Dios manda. Pero eso es un sueño”, dice Pirulo, quien en diciembre cumple 61 años.

Su esposa coincide en que para levantar cabeza, los cubanos tienen que irse. "Aunque yo quisiera morir en mi país. Esta gente (el régimen) no tiene derecho a forzarnos a emigrar. No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Ellos en cualquier momento se largan con sus millones y seremos los cubanos, los de adentro y los de afuera, los que levantaremos una nueva Cuba", asegura María Luisa.

En varios tramos de la autopista, se ven personas vendiendo barras de guayaba, queso blanco, plátanos, tamales... Otros, como Norge, un joven flaco, sucio y desdentado, no tienen nada que vender. Debajo de una ceiba, él y dos socios beben ron casero, que se elabora destilando alcohol industrial con carbón y heces de vaca. Un buche de fuego que te quema las entrañas. Medio litro cuesta 200 pesos. Tienen nombres llamativos: Bájate el blumer, Hueso de tigre o Se acabó el abuso. Es el trago de los más pobres.

Norge y sus amigos beben a pulso hasta caer en un coma etílico. Tal vez sea una forma primitiva de practicar la eutanasia. En el pasado, Norge trabajó en la ronera de Santa Cruz del Norte donde se elabora el ron Havana Club. “Me botaron por estar el invento. Un día la policía económica hizo un operativo para atrapar a la gente que estaba fachando rones añejos y alcohol de 96 grado. Allí todo el mundo robaba. Desde al administrador al custodio. Descubrieron la instalación de tuberías por donde se sacaba el producto. Me sancionaron a cinco años de prisión".

Cuando salió de la cárcel, su mujer se había ido con otro. A Norge siempre le gustó beber ron de calidad y se alimentaba bien. "Pero llegó la crisis económica, la inflación y la tarea ordenamiento. Toda esa locura ha dejado a mucha gente viviendo en la mendicidad. El 80 por ciento de la población es vulnerable. Si quitan la libreta, nos moriremos de hambre. El alcohol es una especie de anestesia. Te hace olvidar los problemas. En Cuba es mejor estar muerto que vivo”, dice resignado.

Resignado es el adjetivo que caracteriza hoy al cubano de la isla. Un ciudadano, hombre o mujer, joven o viejo, que hace cola y camina por las calles con su jaba, abstraído, indiferente, con la mirada perdida, como si fuera un zombi o estuviera levitando.

Raisa, ama de casa, cuenta que ya no tiene fuerza para rebelarse y cambiar su realidad. “A muchos cubanos nos paraliza algo que es peor que el miedo. Hemos perdido las esperanzas. Hay personas que creen que salir a protestar en la calle no va a resolver nada. Te meten preso un montón de años y ellos (los gobernantes) siguen mandando, comiendo jamón y viviendo bien. Mientras la gente tenga oportunidad de emigrar no va a plantarse para quitarnos de encima esa lacra”.

Andy, barbero, piensa como Raisa. “No se puede hacer nada, men. Estos tipos tienen el sartén por el mango. Y en Cuba nadie quiere ser mártir. La gente habla mucho, pero actúa poco. Los mayorales nos tienen con el pie encima. Los cubanos somos muy sumisos. Preferimos morirnos de hambre que protestar”.

Norma, licenciada en historia, es más optimista. “Todos los ciclos políticos tienen fecha de caducidad, también los hechos históricos. Lo inexorable es el paso del tiempo. El castrismo, que en sus inicios fue una revolución con apoyo popular, ha terminado como una vulgar dictadura, improductiva y parásita, que utiliza al pueblo de rehén para poder captar las divisas que envían los exiliados y emigrados”.

“Es increíble cómo la isla se ha empobrecido. Es muy raro encontrar una estadística de producción agrícola o industrial que no haya caído entre el 30 y el 70 por ciento. Lo que estamos viviendo es un caso inédito en un país que no está en guerra. En su ensayo El Ingenio, el historiador Manuel Moreno Fraginals, muestra que en el siglo XIX los esclavos en Cuba diariamente consumían media libra de carne de res, de tasajo o bacalao, 500 gramos diarios de harina de maíz, además de boniato, yuca, calabaza y fufú de plátano. Y las frutas lad cogían de los árboles. Dos siglos después, la alimentación del cubano es muy inferior”, acota Norma y añade:

“El estado de cosas tiene que cambiar. La Isla se está despoblando. La bomba demográfica es más poderosa que cualquier disidencia política. Si las autoridades siguen aplicando a rajatablas el manual de economía de guerra, se corre el riesgo de desaparecer como nación. Dentro de veinte años o menos, de mantenerse las actuales cifras migratorias, no habrá fuerza de trabajo capacitada. El país será un gigantesco asilo de ancianos hambreados y con achaques que por falta de recursos no tendrán la asistencia social requerida”.

Si no se hacen reformas urgentes, el futuro de Cuba asusta más que el presente.

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