domingo 13  de  octubre 2024
REPORTAJE

Cuba: Nueva ley de Comunicación social, represión legalizada

En el contexto de la nueva legislación ‘mordaza’, varios reporteros del Instituto Cubano de Libertad de Expresión han sido citados y coaccionados por la Seguridad del Estado

Diario las Américas | IVÁN GARCÍA
Por IVÁN GARCÍA

La Habana. - Al periodista sin mordaza José Luis Tan Estrada lo interrogaron agentes de la Seguridad del Estado en la Tercera Estación de la Policía en la provincia Camagüey, a poco más de 500 kilómetros al este de La Habana.

Tan Estrada, ex profesor de periodismo y colaborador de medios independientes como CubaNet y Diario de Cuba, fue citado el martes 8 de octubre bajó amenaza de que lo irían a buscar en un auto patrullero y de que sería arrestado por desobediencia si no se presentaba al día siguiente, a la una y media de la tarde, en la unidad policial.

José Luis, una voz crítica del régimen castrista y defensor de los derechos humanos en la Isla, ha sido citado, interrogado y detenido de forma recurrente. ¿Cuáles son sus ‘delitos’? Escribir sin mandato de la otra Cuba que las autoridades pretenden ocultar, promover una labor humanitaria para ayudar a los más pobres y desear democracia.

Tan Estrada no ha intentado asaltar un cuartel ni le han decomisado ametralladoras o explosivos. Sus únicas armas son una laptop y un teléfono móvil barato, donde escribe sus textos.

Citas y coacción

El lunes 7 de octubre, en medio de la actual ola represiva, varios reporteros del Instituto Cubano de Libertad de Expresión, entre ellos Orlidia Barceló, Mabel Páez, Juan Manuel Moreno y Antonio Suárez Fonticiella, también fueron citados y coaccionados por la Seguridad del Estado.

Cuando el viernes 4 de octubre entró en vigor la Ley de Comunicación Social aprobada por la autocracia verde olivo, un nuevo instrumento de las autoridades, otro más, para restringir la libertad de expresión y el acceso a la información, varios periodistas, de los medios digitales CubaNet, Periodismo de Barrio y El Toque, fueron amenazados, interrogados durante más de seis horas y obligados a renunciar a su labor.

Utilizando viejos métodos estalinistas, reciclados por la contrainteligencia castrista (recuerden el Caso Padilla, entre otros), forzaron a los reporteros a que ‘reconocieran’ su participación en ‘actividades subversivas en contra del gobierno’. A algunos los emplazaron a que su renuncia fuera pública. Además, en un acto de pura piratería, la Seguridad del Estado extorsionó a los reporteros, obligándolos a devolver sumas de dinero supuestamente recibidas de programas formativos o el pago de sus colaboraciones.

La nueva ola de acoso ha tenido amplia repercusión en medios independientes dentro y fuera de Cuba, en particular en la Florida, también en Europa. Recientemente el diario español El País publicó un artículo de Carla Gloria Colomé titulado "Interrogatorios, amenazas, decomisos y exilio: la última arremetida del Gobierno cubano contra los periodistas independientes".

Estas razias represivas de la dictadura cubana contra el periodismo libre son cíclicas. comenzaron a mediados de la década de 1990 cuando surgió una prensa alternativa, contestataria. Un grupo de colegas me dijo por WhatsApp que esta vez el régimen pretende aniquilar al periodismo independiente y la única puerta que quedaría abierta sería la de emigrar.

Uno de ellos, bastante asustado, comentó que “si gana Donald Trump y arrecian las medidas en contra del régimen, el plan es meter presos a todos los periodistas y opositores que no se marchen del país. Están construyendo un penal solo para los disidentes en un municipio de Villa Clara. Nos van a poner a cortar caña y arrancar marabú. Nos quieren utilizar como rehenes para una futura negociación con la Casa Blanca”, asegura el colega.

Atemorizados

Se puede entender el temor. Las autocracias siempre son impredecibles. Es difícil analizar cuál es la estrategia política y por qué. El régimen castrista, desde mi óptica, está en fase terminal y actúa por impulsos y contextos. Siempre fue así.

Desde que Fidel Castro llegó al poder en enero de 1959, arremetió contra la oposición política, la prensa libre, la libertad de expresión y de asociación. En mayo de 1960, cuando todavía no había declarado el socialismo, cerró decenas de periódicos y revistas al ritmo de congas y pachangas populares. Al que no le gustara, que hiciera las maletas. Castro supo deshacerse de sus enemigos tendiéndoles puente de plata hacia el exilio.

Implementó los fusilamientos y las largas condenas en duras cárceles de la Cuba profunda como medidas ejemplarizantes. Casi toda la burguesía nacional, generadora de riquezas, y un gran número de cubanos profesionales, optaron por el exilio en Miami. Los que decidieron quedarse en la Isla, pasaron al ostracismo y al olvido.

Fidel Castro nunca quiso competencia. Quería un pueblo que le aplaudiera y no lo cuestionara sus decisiones. Los cubanos no supimos, o no quisimos ver, el desastre: una amplia mayoría apoyó a la revolución fidelista en su primera etapa.

Mientras se construía el pretendido ‘futuro luminoso’, el pueblo le dio un cheque en blanco al llamado Gobierno Revolucionario. Si en algo tuvo éxito el castrismo fue en implementar la miseria socializada. En nombre de la justicia social, todos vestíamos iguales, comíamos racionadamente y lo colectivo estaba por encima de lo individual.

Quienes no se amoldaban, cada cierto tiempo, las autoridades les ofrecía la oportunidad de huir de esa locura ideológica. Mucho antes de que en noviembre de 1989 se cayera el Muro de Berlín, un segmento considerable de cubanos, reconocían en privado que el país iba hacía ninguna parte. Éramos perfectos simuladores.

Se burlaban por lo bajo de Fidel y sus dirigentes, pero luego asistían a los actos políticos o se enrolaban en la guerra civil de Angola. En los barrios marginales había gente que no tenía miedo a robarse un camión con sacos de detergente, pero sí de reclamar sus derechos. Las personas desconocían qué era una democracia.

Sonaban raras esas historias de elecciones presidenciales, prensa libre, oposición legal, pluripartidismo. Con eso no se comía ni se bailaba. Creer en Dios era un presunto delito. Cuando en 1976, el exprofesor universitario Ricardo Bofill fundó el Comité Cubano Pro Derechos Humanos, la gente lo miraba como un bicho raro.

Y a la orden de la Seguridad del Estado de 'linchar' verbalmente y golpear a ‘esa gentuza’, el vecino de enfrente te apaleaba, o le obligaban a tragar poemas, como le hicieron a María Elena Cruz Varela. En una fogata quemaban la Declaración Universal de Derechos Humanos. La simulación y el doble rasero - disidente en privado y esbirro público- se mantuvo por décadas. El 5 de agosto de 1994 la génesis de las protestas callejeras en La Habana no fue para reclamar democracia. Era para que las autoridades los dejara marcharse del país.

Virar la espalda

Cubrí como periodista independiente marchas de las Damas de Blanco en Párraga y Centro Habana, entre otros ‘barrios duros’ de la capital. Observé a tipos, considerados guapos, amedrentarse y no salir al paso en medio de las brutales golpizas a mujeres indefensas por parte de ciudadanos convocados por la policía política.

La madurez política de amplios sectores de la población comenzó a gestarse debido a la brutal inoperancia del régimen, incapaz de gestionar siquiera los servicios básicos. Las protestas del 11 de julio de 2021 fueron una revolución ciudadana. Faltaba comida, escaseaban los medicamentos y los apagones eran de doce horas, pero miles de personas en toda la Isla decidieron gritar Libertad y no pedir soluciones a sus carencias.

Irreversible

Ese escenario es irreversible. Ya muy pocos en Cuba apoyan a los gobernantes. Es cierto que no tienen un liderazgo ni siquiera un programa político. Pero surgirán nuevos líderes. Esa tendencia a la libertad no la van a cambiar ni el miedo ni la represión.

El periodismo independiente tampoco tiene vuelta atrás. No importa que algunos reporteros se vean forzados a emigrar. Ahora mismo, cualquier cubano es un periodista en ciernes. Solo necesita un teléfono móvil y conectarse a internet.

El régimen no puede reprimir ni detener a miles de ciudadanos haciendo directas en las redes sociales, denunciando la miseria y el hambre que padecen. En un mundo interconectado, da igual si El Toque, Diario de Cuba, CubaNet o 14ymedio se editan en Cuba, Miami o Madrid. Las nuevas tecnologías permiten hacer periodismo a distancia. Por tanto, esas amenazas de la policía política no van a impedir el desempeño de la prensa sin mordaza.

Los periodistas, youtubers e influencers anticastristas son el enemigo número uno de la dictadura. Han logrado captar desde la Isla a miles de seguidores. Un porcentaje cada vez mayor de la ciudadanía se ve representada en su narrativa.

Si la Seguridad del Estado los fuerza a emigrar, seguirán su labor desde el exilio. No obstante, yo espero seguir escribiendo mis textos desde La Habana.

Especial

@DesdeLaHabana

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