La familia de Ignacio había terminado de comer un poco de arroz blanco, frijoles negros recalentados y huevo hervido cuando un repentino descenso del voltaje provocó que el televisor y las lámparas de la sala se apagaran. “La intensidad de la luz descendió y un minuto después se fue la electricidad. Eran las ocho y catorce de la noche. Yo estaba viendo con mis hijos un serial de Netflix. Salí al balcón de la casa y la oscuridad en La Habana era casi total. Solo se veían iluminados los hoteles, el Palacio de la Revolución y algunos ministerios”, dice Ignacio.
A medio kilómetro de su edificio, ubicado en la intersección de las calles Infanta y Manglar, municipio Cerro, en las inmediaciones del teatro que queda a un costado del Estado Mayor de las FAR, un escuadrón de boinas negras, numerosas patrullas y decenas de oficiales de seguridad comenzaron un aparatoso despliegue. “Cuando vez esos operativos es que el uno o el dos (Raúl Castro o Díaz-Canel) estarán por la zona. Cuando se produjo el apagón masivo en toda la isla, al instante arrancó el respaldo energético en el edificio de las FAR. La cobertura eléctrica abarcó desde la calle Ayestarán hasta la avenida 20 de Mayo. Al menos nosotros tuvimos el fin de semana sin apagón”, señala Ahmed, dueño de un puesto de venta de entrepanes.
En medio de la oscuridad y la inestabilidad energética que sufre Cuba, en los últimos dos años, con apagones fuera de La Habana que abarcan entre 15 y 20 horas diarias, la dictadura que administra el país como una hacienda feudal, pretende vender un relato de normalidad. La insensibilidad del régimen roza con una conducta criminal. Con millones de cubanos a oscuras, sin agua potable y cocinando con leña o carbón, el pasado fin de semana no dejaron de efectuarse eventos deportivos como un torneo panamericano de pesas y la inauguración de una serie élite de béisbol. También otros con tintes propagandísticos, entre ellos tres simposios internacionales, sin importar el consumo de electricidad y combustible ni los recursos financieros.
Llamémosle Yoel, un funcionario jubilado del partido comunista que durante treinta años trabajó organizando actividades oficiales, asegura que “por lo general, esos encuentros son de temáticas que nada aportan a nuestra economía. Al contrario, los gastos lo asume el Estado y su intención es mantener el discurso de una 'revolución progresista'. Lo mismo realizan un congreso internacional sobre la Inteligencia Artificial, la energía atómica o para analizar el pensamiento de Gramsci en un país donde no hay ni aspirina. La mayoría de las veces el dinero del pasaje aéreo, alojamiento, transporte y comida lo pone el gobierno. En plena crisis económica y energética no se interrumpen competencias deportivas, reuniones y actos, como el celebrado en la Sala Universal de las FAR, con veteranos de la Asociación de Combatientes”.
“En cada evento se gasta como mínimo cinco o seis millones de pesos y uno o dos millones de dólares, según su relevancia. En tiempos de inflación los gastos son aún mayores. Si duran varios días, a los participantes extranjeros los alojan en hoteles de cuatro y cinco estrellas. Da vergüenza ver en esos banquetes la cantidad de comida mientras mucha gente pasa hambre. Tienen barra abierta de bebidas y no hay restricciones con la gasolina, para que los invitados ‘recorran zonas económicas, productivas o sociales que muestren el desarrollo de la revolución y los logros alcanzados’. Todos esos encuentros terminan con guateques y recepciones donde se tira la casa por la ventana”.
“Como el dinero no sale de sus bolsillos, no se limitan con los gastos. Esos eventos han permitido que funcionarios del gobierno y del partido se roben o lucren con millones de pesos. La lista de los que se han enriquecido es larga. Algunos ahora son dueños de MIPYMES exitosas. Esa estrategia de seducir a visitantes foráneos con una visión distinta, ficticia, de la dura realidad que vive la población, fue importada de la antigua URSS, donde en medio de la hambruna y el desastre económico Moscú otorgaba becas universitarias y realizaba cientos de congresos internacionales anuales”, concluye Yoel.
En esos congresos, los servicios especiales cubanos sondean y captan a futuros agentes de influencia, especialmente políticos de izquierda, intelectuales y académicos universitarios que posteriormente amplifican en sus países la narrativa del régimen castrista.
Un directivo del deporte explica que organizar una “serie nacional de béisbol en estos tiempos cuesta entre 20 y 30 millones de pesos y no menos de tres millones de dólares en la adquisición de implementos deportivos. Calcula el costo si participan 16 equipos con nóminas de 35 o 40 jugadores, que viajan en ómnibus climatizados de una punta a la otra de la isla y se alojan en hoteles de la cadena Isla Azul. A los gobernantes nunca les ha importado esos desembolsos. En la etapa de Fidel, en pleno período especial, se gastaron más de 1,700 millones de dólares en organizar unos Juegos Panamericanos. Los torneos de pelota nunca han dejado de efectuarse a pesar que duran entre cuatro y seis meses. Alegan que sirven para hacerle olvidar al pueblo la vida miserable que llevan. Pan y circo. Por eso los partidos comunista provinciales son los principales patrocinadores de los equipos de béisbol de sus territorios”.
Mientras en medio del apagón nacional, Raúl Castro y Díaz-Canel alababan a los miembros de la Asociación de Combatientes (una herramienta de la dictadura que reprimen a quienes piensan diferente), en una barriada al sur de La Habana, Miladys y un grupo de vecinos, acopiaban madera para hacer una fogata y cocinar en medio de la calle. “Es por turnos. Cada cual cocina su comida. Pero con la está cayendo, y con muchos vecinos que no tienen nada que comer, por solidaridad hicimos caldosas colectivas, con lo que cada uno pudo aportar. Hace tiempo que ellos (los del régimen) se olvidaron del pueblo. Debemos ayudarnos entre nosotros, porque incluso los que reciben remesas o ganan mucho dinero, tampoco tienen electricidad ni gas licuado y hemos tenido que cocinar con leña”, contaba Miladys.
La haitianización de Cuba es palpable. En cualquier pueblo o barrio aumentan los mendigos, la pobreza extrema afecta ya al 90 por ciento de la población y debido a la mala alimentación se observa una gran cantidad de personas desnutridas, en particular los ancianos.
“Apoyé a la revolución y a Fidel. Fui funcionario de una embajada en la década de 1970. Traía maletines con miles de dólares y nunca pensé en desertar ni robarme el dinero. Después fui directivo en una fábrica de tabacos de exportación. No hice negocios y no me enriquecí. Ahora tengo 87 años y una pensión de 4 mil pesos, que no me alcanza para comer ni comprar medicamentos. Una parte de la casa se me derrumbó. Es la peor de las miserias. Ni siquiera tengo velas para alumbrarme durante los apagones. Apoyé la mentira muchos años. Me di cuenta demasiado tarde”, confiesa Regino.
Gladys, empleada estatal, considera que estos “apagones son programados por el gobierno para ahorrar combustible. No creo en las coincidencias mi en las casualidades. Los cuatros apagones masivos han ocurrido los fines de semana. Cuando llega el lunes ponen la electricidad, al menos en las ciudades principales, para que el rebaño vaya a trabajar. En mi caso se acabó el servilismo. Me pasé 40 horas sin luz. Esta semana no iré a trabajar”.
En muchos municipios de La Habana el apagón se extendió por 47 horas. Ciro, padre de tres hijos, cuenta que “en las últimas 48 horas estuve 46 horas sin luz. A la cinco de la mañana del domingo pusieron la luz una hora. Luego la quitaron y no la volvieron a poner hasta las siete y media de la tarde. Es un abuso. No hemos podido dormir debido al calor y los mosquitos. Esta semana mis hijos no irán a la escuela. Y al no tener gas para cocinar, hemos sobrevivido a base de agua, refresco instántaneo y pan viejo”.
Zenaida, jubilada, alega que con lista de carencias “puedo empapelar la pared de mi casa. Es una escasez tras otra. No hay comida, no funciona el transporte público, no hay medicinas., falta el agua, la luz, el gas... Todo el mundo en la calle se pregunta qué hace el gobierno para solucionar los problemas. La respuesta es obvia: no hacen nada”.
Los que viven en provincias la pasan peor. Yosvany, residente en Santiago de Cuba, comenta que desde “hace nueve meses los apagones son de 12 a 20 horas diarias. Y cuando arrecian alcanzan las 30 horas. Cuando llega un apagón general (este es el cuarto que sufre el país en medio año), después de 40 o 50 horas sin luz, al restablecer la electricidad, nos ponen la corriente cinco o seis horas y regresan de nuevo los apagones maratónicos. A eso añade que el abasto de agua potable es cada 40 días. Cuba está mal, pero fuera de La Habana las carencias se multiplican por cinco”.
Tres días después del apagón masivo, en zonas de la provincia Artemisa y Pinar del Río aún no tenían electricidad. El lunes 17 la empresa eléctrica anunció un déficit de más de mil trescientos MW, lo que significa que la mitad del país seguía a oscuras. Recuerda Ignacio que cuando el viernes a las ocho y catorce de la noche colapsó el servicio eléctrico, un vecino de su cuadra comenzó a gritar:
“Se cayó el sistema, se cayó el sistema". Alguien le respondió: "Falta que hace. Mi sueño y el de muchos cubanos es que a la mañana siguiente de un apagón anuncien que esa gentuza se fue el país. Me da igual si se llevan millones de dólares. Lo único que quiero es que se vayan”.