La columna vertebral política del sistema comunista en Cuba, conformada por el Partido Comunista (PCC) y la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), se desinfla, se resquebraja sin remedio.
La columna vertebral política del sistema comunista en Cuba, conformada por el Partido Comunista (PCC) y la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), se desinfla, se resquebraja sin remedio.
La cúpula castrista ha insistido siempre en que los jóvenes, en particular los militantes de la UJC, son "el relevo de la revolución". Es más, durante años Fidel Castro se lo hizo creer a muchos cubanos.
Falso. Y no solo por razones político-ideológicas, sino sociales y humanísticas que se remontan a los orígenes de las civilizaciones hace milenios. La historia muestra que en la sociedad se produce de hecho una ruptura entre una generación y la que le sucede de inmediato.
Es lógico. Los más jóvenes no están dispuestos a renunciar a sus propios sueños y aspiraciones para seguir por los caminos que les trazan sus mayores. Ellos quieren, necesitan, crear y transitar por el suyo propio. Ignorar eso origina los conflictos generacionales, con consecuencias sociales, humanas, políticas, culturales y existenciales.
En Cuba a esto se suma el factor político. Resulta que los jóvenes cubanos hoy no quieren pertenecer a la UJC, y los que son miembros se niegan a ingresar en el PCC cuando llegan a los 30 años de edad (la edad límite).
Veamos un ejemplo elocuente. En los años 60 Fidel Castro quiso establecer en Isla de Pinos una versión tropical de los falansterios del socialista utópico francés Charles Fourier a principio del siglo XIX. Envió a Isla de Pinos a decenas de miles de jóvenes a trabajar en duras labores agrícolas. Otros estudiaban en escuelas en el campo y trabajaban en las plantaciones de cítricos y otras labores. En 1978 el caudillo cambió el nombre de la isla y le puso Isla de la Juventud. Aseguraba que aquella era una experiencia única en el mundo y que allí se formaría un excepcional relevo revolucionario.
¿Qué resultaron dieron los falansterios fidelistas? Pues que hoy en la Isla de la Juventud nueve de cada diez militantes de la UJC (92%) con la edad requerida se niegan a ingresar en el PCC. A Miguel Díaz-Canel, número dos del PCC (el número uno es Castro II), le informaron hace unos días en una reunión en esa isla que existen allí 67 militantes de la UJC con 30 años de edad, o casi, pero que solo cinco están dispuestos a ingresar en el PCC.
Algo parecido ocurre en el resto del país. Por algo ya el PCC no informa sobre su membresía total. La última vez fue hace diez años y declaró 670.000 miembros. Claro, sotto voce se conoce de la estampida de sus filas y que la membresía hoy probablemente no llega a los 500.000 militantes.
En la misma reunión pinera mencionada, Roberto Morales, miembro del Buró Político del PCC, calificó de "preocupante" el creciente número de jóvenes que no pasa de la UJC al PCC, y propuso una novísima solución: intensificar el "trabajo político-ideológico" con los jóvenes. Es decir, darles más "muela política", como llaman ahora los militantes de la UJC a lo que antes sus padres denominaban "teque".
En Artemisa, en otra reunión también presidida por Díaz-Canel, la primera secretaria provincial del PCC, Gladys Martínez, dijo: "Debemos detenernos a analizar por qué algunos jóvenes no desean sumarse".
En tanto, el periódico Girón, órgano del PCC en la provincia de Matanzas, calificó a los militantes de la UJC que se niegan a entrar en el PCC de "niños que se niegan a comer un alimento sin siquiera probarlo". Y propuso también una fórmula "inédita" para captar militantes: "desarrollar un trabajo ideológico y político de mayor profundidad". Es decir, arreciar la "muela política". ¡Le zumba el mango!
El dolor de cabeza castrista es más fuerte aún. Los jóvenes ni siquiera quieren ingresar en la UJC, que tampoco ya da cifras. El periódico Juventud Rebelde dijo en 2008 que la membresía era de unos 600.000 militantes. Hoy probablemente no sobrepasa los 390.000 miembros.
Fue el Che Guevara, el más comunista (y despiadado represor) de los guerrilleros que tomaron el poder en Cuba en 1959, quien a fines de ese año inventó lo que se llamó con disimulo Asociación de Jóvenes Rebeldes, pues Fidel Castro juraba en cada discurso que eran vendepatrias quienes afirmaban que la revolución era comunista.
Más atornillados en el poder, en octubre de 1960, ambos decidieron que la verde AJR fuese fusionada, o más bien asimilada, por la roja Juventud Socialista (JS), ala juvenil del Partido Socialista Popular, el viejo partido de los comunistas cubanos. Y en abril de 1962, Castro I le cambió el nombre y le puso ya abiertamente Unión de Jóvenes Comunistas (UJC).
Poco después, en 1965, el Che, en El socialismo y el hombre en Cuba (carta publicada en Montevideo), llamó a forjar el "hombre nuevo", idea nada original. La tomó del "hombre superior" nazi, derivado del "superhombre" que el Tercer Reich le tomó prestado al misántropo y nihilista filósofo Friedrich Nietzsche, y que Hitler soñaba formar para que fuera protagonista del nuevo orden fascista mundial, que duraría 1.000 años.
Volviendo al presente, el parteaguas histórico del 11 de julio pasado fue protagonizado fundamentalmente por jóvenes que por decenas de miles inundaron las calles de 55 ciudades y al grito de "¡Libertad!", "¡Abajo la dictadura!", "¡Abajo el comunismo!", realizaron la mayor protesta política antigubernamental en toda la historia de Cuba, incluyendo la etapa colonial.
Son muchas las razones por las que la juventud cubana rechaza a la UJC y el PCC. Una muy importante es que los jóvenes saben que si entran en la UJC el régimen los va a utilizar como esbirros callejeros, los presionará u obligará a ser traidores a su pueblo, familiares y amigos, como miembros de los Batallones UJC-MININT, bandas paramilitares típicamente fascistas para reprimir, golpear, arrestar, amenazar o encerrar en sus casas a opositores, damas de blanco, periodistas y artistas independientes.
En cuanto a por qué los jóvenes no quieren entrar en el PCC se destacan cinco causas:
Conclusión: Castro II y sus allegados deben acostumbrarse a que los muchachos de la UJC, en cuanto tienen la oportunidad de librarse al fin de la pesada carga comunista que llevan encima, tiran jubilosos el carnet lo más lejos posible. Nadie los va a convencer de que sean más esclavos aún de lo que fueron hasta ahora.