La Habana. - Diciembre de 1988. Después de treinta minutos de viaje en un ómnibus de la ruta 2 repleto de personas, recuerdo que al llegar a una oficina del cuarto piso en el edificio del ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión), Roberto Romay, jefe de la redacción de programas especiales, estaba reunido con mi madre, Tania Quintero, para esa fecha periodista oficial.
Tenía 23 años y me habían contratado como asistente de producción. El periodismo me entusiasmaba. Solía transcribir entrevistas realizadas por mi madre y mecanografiarlas en una vieja máquina de escribir Robotron fabricada en la extinta Alemania Oriental.
Una tarde cualquiera, aprovechando que ese año la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra votó en contra de la dictadura verde olivo, le sugerí a Tania preguntarle a la gente en la calle su opinión sobre el tema. En los corrillos de la prensa oficial se pensaba que los aires de cambio llegarían a Cuba. Cubanos de mi generación eran más pesimistas. Lo sabía porque me reunía con un grupo variopinto de personas con inclinaciones políticas y artísticas, que ya habían sido advertidos o reprimidos por actitudes que el régimen de Fidel Castro consideraba ‘contrarrevolucionarias’.
Ese tiempo muerto que tienen las dictaduras, donde se vislumbra un oasis de esperanza, como sucedió décadas después con las doctrinas de Obama y el restablecimiento de relaciones diplomáticas con la Isla, es como la trampa con el queso que le tienden al ratón para atraparlo.
Carlos Aldana, jefe del departamento de orientación revolucionaria (DOR) del Comité Central del Partido Comunista en tiempos de la perestroika, alentaba en las reuniones con la prensa que fueran más creativos y atrevidos en su trabajo.
Quienes se lo creyeron como Luis Manuel García, de la revista Somos Jóvenes, con su reportaje de una jinetera titulado El caso Sandra, Reinaldo Escobar con sus explosivas columnas en el periódico Juventud Rebelde o mi madre Tania Quintero, que había grabado un audiovisual con opiniones callejeras sobre el tema de los derechos humanos, un tiempo después se quedaron sin empleo.
Acto de osadía
Romay, el jefe de la redacción del ICRT, pensó que sería un programa de unanimidad política y apoyo a Fidel Castro, como era lo acostumbrado. Con antelación, localicé a dos expresos comunes que me aseguraron iban a denunciar en cámara las golpizas sufridas en las cárceles y también mencionarían la falta de libertades políticas.
Fue algo inédito en aquellos tiempos, aunque casi todos los entrevistados, como papagayos, repetían al dedillo la narrativa del régimen. Pero cuando Romay vio el video con esas dos intervenciones, por poco le da una apoplejía. Por supuesto, el programa fue censurado y no se emitió. Y al mes siguiente me cerraron el contrato.
Diciembre de 1998. Desde hacía tres años me desempeñaba como reportero independiente en Cuba Press, agencia fundada por el poeta y periodista Raúl Rivero. El 10 de diciembre, mientras daba cobertura informativa a un acto de repudio orquestado por la policía política al líder opositor Oscar Elías Biscet, recuerdo cómo en camiones y ómnibus del transporte público llegaban cientos de estudiantes, empleados estatales y reclutas del servicio militar vestidos de civil.
Los concentraban en un terreno de softbol en la barriada de Lawton, cerca de la casa donde reside el doctor Biscet. Allí oficiales de la Seguridad del Estado instruían al populacho las consignas que debían gritar. La puesta en escena que antecede a un acto de repudio funciona en Cuba como un reloj suizo. Es una coreografía del terror. Temprano en la mañana sitúan autos patrulleros frente a la casa del opositor. Cualquier persona despistada o ajena al contexto le parece un ambiente de fiesta. En el acto de repudio a Biscet, horas antes, montaron una feria agropecuaria e instalaron bocinas con música salsa a todo volumen.
Actos de repudio
Un ex oficial de la Inteligencia me reveló que los “actos de repudios o reafirmación revolucionaria, son una estrategia aprendida de la KGB y la STASI de Markus Wolf en la desaparecida (República Democrática Alemana) RDA. Son actos para amedrentar al oponente. En la Alemania de Hitler sus acólitos tenían barra libre para golpear y matar. En Cuba se perfeccionó. Se permitía injuriar, apedrear, lanzar huevos y dar golpes. Cuando más caldeado está el ambiente aparece la policía para ‘evitar que el pueblo indignado linche a los apátridas y mercenarios’. El mensaje es simple y directo: podemos matarte’”.
Biscet, médico de profesión, encabezaba entonces la lista negra de opositores a calumniar por la propaganda estatal. El 9 de junio de 1998 le había enviado una carta a Fidel Castro denunciando los métodos abortivos con la utilización del medicamento Rivanol. En 1999 fue despedido del sistema nacional sanitario. Ya estaba bajo el colimador de los servicios especiales por haber creado, en 1997, la Fundación Lawton con la finalidad de promover pacíficamente la defensa de los derechos humanos, tomando como base el derecho a la vida y el uso de la desobediencia civil no violenta.
El régimen actuó con saña en contra de Biscet. Entre 1997 y 2011 estuvo en total doce años tras las rejas en un pestilente y húmedo calabozo de dos metros por dos. La dictadura veía en Biscet un cáncer al cual debían extirpar. Después de la llegada al poder de Fidel Castro en 1959, la lucha ideológica se centró en acusar de batistianos, burgueses y desclasados a los que se oponían a la revolución fidelista.
El doctor Oscar Elías Biscet no era ni lo uno ni lo otro. Se trata de un ciudadano con opiniones sensatas y contrastadas en contra de la dictadura y a favor de la democracia. En aquel linchamiento verbal no puedo olvidar los gritos de personas enardecidas: ‘Abajo los Derechos Humanos’. Cuando hablabas con ellos en privado, incluso con personas que criticaban al régimen, te decían que en Cuba se respetaban los derechos humanos e invocaban el derecho al trabajo, la educación y la salud pública. No consideraban una prioridad la democracia, la libertad de expresión y el multipartidismo.
Diciembre de 2010. Estaba invitado a participar en un evento organizado por Antonio Rodiles, opositor pacífico, al frente de la sede de Estado de Sats. Cuando llegué a su casa en la barriada de Miramar la zona estaba tomada por la policía. En todas las entradas de acceso a su vivienda, agentes de la Seguridad y represores de la Asociación de Combatientes. Era un acto de repudio camuflado con música. Habían armado un escenario frente al domicilio de Rodiles y su familia, con cientos de alumnos de primaria y secundaria bailando como si aquello fuese un carnaval.
Detuvieron violentamente a Rodiles delante de la mirada asombrada de niños y adolescentes. Un suceso lamentable. Como siempre me gusta reflejar los resortes de por qué hay cubanos que actúan de forma irracional. Cuando se terminó el acto de repudio, charlé con dos personas que participaron en el acto de repudio contra Antonio Rodiles. Ninguno pudo darme un argumento sólido.
Desconocían quién era Rodiles y su programa político. Confesaron que carecían de muchas cosas y que se irían del país si se les presentaba una oportunidad. Con una sonrisa nerviosa, un empleado del hotel Tritón me dijo: "Men, es que la democracia y los derechos humanos no se comen”. Y justificó su asistencia al acto de repudio "porque podían botarme del trabajo”.
Era el mismo argumento de decenas de trabajadores de ETECSA (Empresa de Telecomunicaciones), ubicada en las calles Águila y Dragones, en el municipio de Centro Habana cuando participaban en los habituales actos de repudio contra las Damas de Blanco frente a la casa de la fallecida Laura Pollán en la calle Neptuno, gritando ‘al machete que son pocas’ o ‘apunten, preparen, fuego’.
Solución única
10 diciembre de 2024. Como es habitual la policía política, a pesar de la crisis económica y energética, movilizó a cientos de hombres y mujeres para vigilar e impedir que activistas, disidentes y periodistas libres salieran de sus casas. Cortaron teléfonos móviles y el servicio de internet en el periódico digital 14ymedio. La periodista independiente Camila Acosta denunció la interrupción de su servicio telefónico y el despliegue de un operativo policial alrededor de su vivienda.
“Como cada 10 de diciembre desde hace cinco años, hoy tengo vigilancia de la policía política”, describió la reportera en su muro de Facebook. Fue un día igual para el resto de los opositores y periodistas independientes en la Isla. Pero con una diferencia: ahora, la mayoría de los cubanos de a pie, a pesar de que aún prevalece el miedo, expresan en voz alta sus diferencias políticas y reclaman libertad. Cuando usted les pregunta sobre los derechos humanos, saben argumentar sus respuestas.
Un taxista privado fue tajante: “La democracia es la base para que el país pueda cambiar. No es un problema de más o menos comida. De una mejor economía o que no haya apagones. La única solución es que los comunistas se vayan”.
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