sábado 11  de  enero 2025
REPORTAJE

Bebeshito y la bandera al cuello, pero sin patriotismo

En el concierto de Oniel Ernesto Columbié Campos, alias Bebeshito, entre unos 20.000 fanáticos reunidos nadie dio vítores por la libertad de Cuba

Diario las Américas | IVÁN GARCÍA
Por IVÁN GARCÍA

LA HABANA. - El reguetonero cubano Oniel Ernesto Columbié Campos (La Habana, 1997), más conocido por Bebeshito, el sábado 28 de diciembre se bajó de un van en las inmediaciones del Pitbull Stadium vestido con pulóver y pantalón negro, collares de cuentas blancas y debajo de una gorra de los New York Yankees, un pañuelo con un diseño parecido a la kufiya palestina.

En el campus, alrededor de 20 mil fanáticos, la mayoría compatriotas llegados en sucesivas oleadas migratorias después de 2015, aplaudían a rabiar a su ídolo que salió al escenario con una bandera cubana sobre el cuello. Probablemente el músico desconozca que, por usar la bandera en la vía pública, el artista disidente Luis Manuel Otero Alcántara fue detenido.

Más allá de la opinión de los puristas del arte que ven con ojeriza al género urbano, por sus textos vulgares y estribillos pegajosos, el concierto fue un éxito. Hubo un momento del recital donde el público comenzó a corear "sufre Otaola", en alusión a Alexander Otaola, el influencer cubano tenaz inquisidor de los negocios del castrismo y sus cómplices afincados en la Florida.

Un venezolano creía que Otaola “era un sanguinario sicario del régimen de Díaz-Canel”. Y le llamó la atención que en ningún momento el público gritara libertad, condenara a la dictadura o reclamara la excarcelación de los presos políticos.

Diversas aristas

Numerosos exiliados cubanos piensan igual. El tema tiene diversas aristas. Los primeros compatriotas que llegaron a Miami eran desterrados. Fidel Castro les había confiscado sus propiedades, les había fusilado a sus padres, hermanos, hijos o condenados a largos años de prisión. Muchos eran opositores y conspiradores que enfrentaron a la dictadura clandestinamente o con las armas. Perdieron esa batalla. Pero desde su exilio en la Florida, juraron regresar con la bandera a una Cuba libre.

Cuando llegaron a Miami, las vacas pastaban en potreros, en terrenos hoy repletos de rascacielos. Algunos aterrizaron en Estados Unidos con 20 dólares en el bolsillo, sin ayudas federales y trabajaron muy duro para salir adelante. Nadie les regaló nada.

Patriotismo a prueba

Mujeres y hombres ya octogenarios que pueden ser tildados de intransigentes y desconfiados. Pero con un patriotismo a prueba de bombas. Mientras los nuevos emigrados te llevan a comprar en Best Buy o conocer Disney World, la primera generación de exiliados te muestra el Museo de la Diáspora Cubana o conducen cuatro horas hasta Tampa para que conozcas la vieja factoría de tabaco donde el prócer José Martí recogía dinero para la guerra necesaria contra el colonialismo español.

En mis viajes a Estados Unidos he conocido posturas diferentes. Los que llegaron en el mismo 1959 y en las décadas de 1960-1970, orgullosamente se llaman exiliados. Se les humedecen los ojos cuando hablan de Cuba. También la emoción invade a los que sufrieron el presidio político o fueron disidentes, activistas y periodistas independientes reprimidos en Cuba y a Miami llegaron mucho después.

Como mi amigo, el poeta Raúl Rivero, que nunca pudo regresar a su terruño en Morón. Murió en el exilio, el 6 de noviembre de 2021. La última vez que lo vi, en 2016, le regalé un tabaco de Vueltabajo. No podía fumar por su enfermedad, pero lo guardó en su bolsillo: quería olerlo y sentir su patria más cerca.

Es por lo que un porcentaje de cubanos son exiliados y otros simples emigrados, aunque todos huyeron del manicomio ideológico, la miseria socializada y la falta de futuro. Los más comprometidos con la democracia en Cuba no visitan la Isla, a otros la dictadura los tiene en su lista negra. Y hay quienes viajan de vacaciones con su familia a hoteles de GAESA y no les da asco hacer negocios con empresas del régimen.

Quienes apuestan por la democracia y la libertad de Cuba llaman abiertamente dictadura al gobierno de La Habana. No se andan con medias tintas. Unos cuantos emigrados critican al castrismo en voz baja. Justifican su posición porque ‘tienen familia en Cuba’ o ‘no se meten en política’.

A algunos artistas como, ya sea Ana de Armas o Bebeshito, el exilio les reclama una postura política definida. Suelen dar la callada por respuesta. La actriz, además, es la actual pareja del hijastro de Miguel Díaz-Canel, puesto a dedo por Raúl Castro. Si ellos tienen derecho a mantenerse al margen de la realidad de su país, también los exiliados políticos y los periodistas independientes tienen derecho a criticar sus ambigüedades.

Tibieza política

No pocos admiradores de Bebeshito han comentado que esas campañas en su contra demuestran lo que califican de “intolerancia y envidia de un sector del exilio”. No lo creo. Los cubanos suelen estar orgullosos de los éxitos de sus compatriotas. Lo que molesta es su tibieza política, no identificar al gobierno de Cuba como lo que es, una dictadura.

Por adoctrinamiento, temor o ignorancia no asocian que las penurias sufridas desde que nacieron han sido causadas por el 'socialismo' fidelista. Y casi todos emigran para ganar mejores salarios, tener comida y poder comprarse un auto y una casa.

No culpan al régimen por emigrar. Los exiliados les suelen decir 'emigrados de pan con bistec'. No es el caso de los reguetoneros. Unos llegan con dinero suficiente y contratos jugosos que les permite adquirir una casa cuando arriban a Estados Unidos.

Mientras raperos como Los Aldeanos, críticos de la dictadura, no han tenido demasiado éxito en la capital del exilio, reguetoneros como Bebeshito, con apenas tres meses en Miami, triunfan a la primera de cambio. Otros, cuando merma su éxito, viajan a La Habana a cantar en bares de parientes o testaferros del régimen que les permite ganar cinco o diez mil dólares en una noche.

Por eso hacen silencio y no condenan a la dictadura. Se escudan en el pretexto de que en la Isla está su público. Pero ocultan la verdad. No regresan a Cuba a cantar gratis en la Plaza Roja de La Víbora o a la plazoleta Menocal en Arroyo Naranjo. No. Vienen a cantar en centros nocturnos que cobran hasta cien dólares por personas por sus conciertos y que sus fans de barrios negros y pobres no pueden pagar.

El régimen castrista ha iniciado una operación para seducir a los músicos urbanos. No es un plan secreto. El propio Díaz-Canel lo expresó durante una intervención en el X Congreso de la Unión Nacional de Escritores y Artistas, cuando propuso sumar el reguetón a “la política cultural de la revolución”.

Dictadura hábil

Los hábiles operadores políticos de la dictadura han diseñado estructuras y empresas de personas, supuestamente apolíticas o neutrales, que abundan en el entorno de los reguetoneros. Se les invita a cantar en conciertos de verano en hoteles administrados por empresas militares o en bares cuyos propietarios están emparentados con la dictadura, como Sandro Castro, conectado con músicos como Bebeshito.

Es lo que explica el mutismo y el temor de gritar libertad, para no incomodar al régimen. Desde hace veinte años, el reguetón es un fenómeno de masas en la Isla. El gobierno siempre ha sospechado de los movimientos independientes del Estado. Grupos como Porno para Ricardo, Los Aldeanos y Raydel Escuadrón Patriota eran muy críticos con la dictadura. Siempre fueron censurados. Nunca tuvieron un espacio para actuar y eran vigilados por la policía política.

Verdadero enemigo

El reguetón, en cualquiera de sus variantes, incluyendo el llamado reparto, también surgió en los barrios. Recuerdo que, a principios del año 2001, jóvenes como El Micha o Elvis Manuel cantando en 'bonches', como se les llamaban a las fiestas, en Mantilla o un cine reconvertido en teatro, por la barriada habanera de La Palma.

Todos ellos, en determinados momentos, estuvieron censurados en Cuba. Chocolate incluso estuvo preso por una riña con policías. Es uno de los reguetoneros que en voz alta ha criticado a la dictadura. Otros como Bebeshito o el difunto Taiger, han preferido callar. No estoy de acuerdo con la postura de que la cultura no es política.

Cuando se vive en una dictadura todo es política. El régimen la usa para su beneficio. Sin importar si son niños de compañías artísticas como La Colmenita o un trovador como Fernando Bécquer, señalado por quienes se identifican como sus víctimas, como un acosador sexual. No se debe ni se puede ser ingenuo.

Si usted siente miedo de gritar libertad en un estadio de Miami, no necesariamente significa que respalde a la dictadura. Pero gritar "sufre Otaola" es un triunfo para el régimen que te forzó a emigrar. Se puede estar de acuerdo o no con el influencer, pero Otaola no es el enemigo, y el enemigo no fue mencionado.

Especial

@DesdeLaHabana

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