lunes 25  de  marzo 2024
PERIODISTA Y ESCRITOR SATÍRICO

Fiesta en el barco

Ya ni el más romántico de los patrones se pone a llamar por el walkie-talkie cuando el barco comienza a hundirse. Todo el mundo lo cuenta en vivo en WhatsApp. Tus amigos empiezan a preocuparse si ven que has abandonado el grupo en mitad de un video

Diario las Américas | ITXU DÍAZ
Por ITXU DÍAZ

Como patrón, detesto que me digan a bordo lo que tengo que hacer. Todas las chicas empezaron a gritar que si aceleraba bruscamente se nos caerían las toallas al mar. Los chicos aullaban. Aceleré para librarme del impacto de un petrolero. La popa se clavó en el mar. Y la caja de cervezas salió despedida hacia atrás hasta perderse en el mar. Así fue como la fiesta empezó con diez idiotas haciendo submarinismo sin bombonas pero con botellines.

No fue grave. La mayor parte de la gente que se va de juerga al barco de un amigo está deseando que algo caiga al mar para poder rescatarlo. De las 30 cervezas que perdimos en el agua recuperamos 83. Así que decidí tirar también la cartera llena de billetes de uno de mis amigos ricos, pero no fuimos capaces de encontrarla y todavía se está riendo de mi ocurrencia.

Los fabricantes de yates los diseñan pensando en los catálogos y no en la vida real. Quizá eso explica por qué cometen todos el mismo error: no hay donde poner nada de modo que cuando un energúmeno se haga con el timón no termine todo en el fondo del mar. Por lo general, te compras un barco para evitar caerte al mar, tú y tus cosas. Eso incluye tu copa, tus cigarros, tus libros, o tu teléfono. Los fabricantes solo han previsto dispositivos para guardar salvavidas, chalecos, walkie-talkies y cosas así. Ya ni el más romántico de los patrones se pone a llamar por el walkie-talkie cuando el barco comienza a hundirse. Todo el mundo lo cuenta en vivo en los grupos de WhatsApp. Tus amigos empiezan a preocuparse si ven que has abandonado el grupo en mitad de un video. Ya no existe ninguna posibilidad de ahogarse en el anonimato, salvo si te pones a pegar gritos por el walkie-talkie. Esos chismes solo valen para que tus amigos borrachos digan idioteces delictivas cuando la fiesta empieza a degenerar y tú eres incapaz de encontrar las luces de entrada al puerto. Debiste meter el manual de luces para entender que esas bollas rojas no son la decoración navideña de mayo.

Por suerte, cuando hago una fiesta, selecciono bien mis amistades. Un barco es un lugar demasiado pequeño como para estar con alguien que te molesta, a no ser que quieras tirarlo por la borda tan pronto como aparezcan los primeros tiburones hambrientos. Mi teoría es que todos los tiburones están siempre hambrientos. Ayer quise demostrarlo metiendo ambas manitas en el mar justo después de arrojarles un par de pollos asados y ahora estoy escribiendo esta columna con los codos y la nariz.

En la fiesta pusimos música a un volumen que podría bailarse en todo Miami. El ambiente era tan marinero que estuve a punto de ponerme un gorro blanco, pero al final me invadió la responsabilidad, y concluí que las listas azules de mi polo eran más que suficiente. Si te dejas llevar, primero te calzas el gorrito, y después acabas comiendo latas de espinacas y dando puñetazos a los mástiles de los cruceros para impresionar a Olivia, que nunca se entera de nada.

Alguien decidió que era buena idea asar unas langostas encima del depósito de gasolina. Y es la típica ocurrencia a la que no puedes negarte porque, a priori, parece una idea inteligente. No creo que haya mejor lugar para lograr un buen fuego. Y además era la hora de comer y lo último que se te ocurre es que algo pueda incendiarse en el mar. Es tan estúpido como intentar encender un cigarrillo dentro de una jarra de agua. Pero luego, cuando ves que el humo deja de oler a marisquería y pasa a oler al motor de tu coche en verano, te das cuenta de que habría sido mejor darles un golpe en la nuca a las langostas vivas y servirlas como sashimi. Soy cocinero impulsivo, talentoso. Se me ocurren buenas ideas pero solo en situaciones de emergencia. Además, cocinar abrasando los alimentos es una ordinariez. Ya lo hacían los cavernícolas.

En los barcos todo el mundo imita al otro, como en las bodas con el lío de los platitos de pan. Allí una chica sacó protección solar. Creo que la fiesta aún estaba empezando cuando toda la gente empezó a untarse crema al grito de "el mar quema muchísimo", pero yo lo toqué y estaba razonablemente frío. Así que lo de la crema me parece absurdo y muy peligroso. Porque de pronto a todo el mundo empezó a escurrírsele todo de las manos. Cayeron llaves a zonas inalcanzables del barco, y una chica que intentaba dar un abrazo a su novio, se le resbaló de las manos y se le cayó al mar. Estuvimos buscando al tío sin descanso durante casi dos minutos. Después seguimos la fiesta hasta ahora, que estamos intentando que unos inuits nos presten un trozo de iglú para tener hielos suficientes en el camino de vuelta.

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